Ayer murió la leyenda de Estados Unidos, la tierra de la libertad, los campeones de la democracia. Ayer el pueblo del que fuera el país más poderoso del último siglo le rindió la presidencia a su mayor enemigo de los últimos 70 años, Rusia.

Es difícil saber qué es más impactante, que los estadounidenses hayan permitido que otro país manipulara su elección o que el ganador de dicha elección haya sido un hombre acusado de asalto sexual, la violación de al menos una menor de edad, fraude, evasión de impuestos y que es abiertamente racista, sexista y xenófobo.

El descompuesto sistema electoral de Estados Unidos permitió que la elección la ganara alguien con una minoría de votos, 3 millones menos de votos que su contrincante. El nivel de repudio hacía el ganador de la elección por parte, no sólo del país en cuestión sino del mundo entero no tiene precedentes, quizá solamente comparable como muchos lo han hecho, con el ascenso de Hitler al poder. Todo esto se sabía desde el resultado de la elección y nadie hizo nada, ninguna autoridad, ninguna agencia, ningún grupo político logró detener el desastre.

Quizá México no es el único país del “no pasa nada”. Ayer Estados Unidos demostró que detrás de su disfraz de libertador, detrás de su máscara de progresista es un país tan débil, vulnerable e indefenso como cualquiera.