El conductor neurótico es la principal enfermedad de nuestras ciudades. Es un fenómeno innegable, omnipresente y cotidiano. Me atrevo a decir, por mera observación, que en la calle en cualquier momento dado, la mayoría de las personas que circulan en auto son conductores neuróticos.
La contaminación de ruido provocada por el uso frenético del claxon, las partículas de llantas y balatas suspendidas en el aire –que constituyen el aroma cotidiano de la calle– producidas por los constantes frenados de emergencia, y los volantazos enloquecidos que resultan en choques y atropellos; se han convertido en el escenario normal de nuestras calles, no nos sorprenden, nos son familiares y esperados.
El conductor neurótico cree que tiene prisa, cree que sus asuntos son más inminentes que los del resto del mundo y cree que a base de arrancones, mentadas de madre y golpes en el volante va a llegar más rápido a su destino. Para él los semáforos, altos, reductores de velocidad, pasos peatonales, ciclovías, y en general todas las reglas de tránsito son un complot en su contra, una ocurrencia del resto de la sociedad para atormentarlo específicamente a él. ¿Cómo se atreven otros autos a ocupar el mismo carril que él, como se atreven las bicicletas a circular por la ciudad, como se atreven los menesterosos peatones a cruzar las calles; cuando es él el único con derecho al uso de la vía pública?
La enfermedad del conductor neurótico tiene un único origen: la mentalidad de esclavo. El conductor neurótico se considera a si mismo un esclavo, alguien que no es dueño de su tiempo, alguien cuyos minutos y segundos pertenecen a un amo que azota su látigo exigiendo que se de prisa.
Todos los días hace el mismo trayecto del trabajo a la casa, todos los días se tarda el mismo tiempo, 45 minutos o una hora. No importa cuantos pataleos maniáticos, gritos histéricos y llantos trastornados, cuantos volantazos frenéticos, frenones psicópatas o golpes neurasténicos en el volante; el trayecto y el tiempo de viaje son siempre los mismos. Aún así el conductor neurótico no decide nunca emplear esa hora de transporte en reflexionar, escuchar la radio o simplemente tratar de relajarse, decide invariablemente seguir siendo un esclavo.