El otro día se me ocurrió algo paseando a mis perros, la vida sería más llevadera si pensáramos en ella como un juego. La idea se me ocurrió porque cuando paseo a mis perros, en varios camellones grandes que hay frente a mi departamento, dejo que lleguen a la orilla del camellón y hago que se detengan, espero a que no estén pasando autos y cuando el paso está libre les hago una seña para que crucen la calle corriendo. Ellos esperan ansiosos mi señal y cuando la escuchan corren ladrando con emoción, para ellos es un juego el cruzar la calle. Quien haya entrenado un perro sabe que el perro toma las actividades como un juego, siempre con entusiasmo y con emoción.
Esa actitud que uno puede observar en los perros me hizo pensar que seríamos mucho más felices si aprendiéramos a tomar cada situación que se nos presenta en la vida como un juego. Después de todo la vida es una serie interminable de pruebas que debes ir superando, apenas libras una y ya tienes un nuevo reto que superar, un nuevo problema que arreglar o una nueva meta que cumplir. Entonces, podríamos pensar en esas pruebas como juegos: no tienes dinero, el juego es conseguirlo; tu trabajo no te gusta, el juego es cambiar a uno que te guste; detestas a tus vecinos, el juego es encontrar un mejor lugar para vivir; no te gusta tu cuerpo, el juego es transformarlo; tienes una enfermedad, el juego es recuperar la salud.
Desde luego sé que es más fácil decirlo que hacerlo y que las consecuencias de nuestros actos pueden trastornar dramáticamente nuestra vida de forma positiva o negativa. Sé que quizá hay problemas tan graves y tan fuertes que es imposible tomarlos como un juego. Pero a veces nos estresamos tanto con tantas cosas que no son de vida o muerte que nos haría bien relajarnos y mentalizarnos a resolver las situaciones como si fueran simplemente un juego que queremos ganar y que vamos a intentar conquistar una y otra vez hasta pasar de nivel.