Tengo tres años planeando este post, hace tres años empecé a correr y no sé como llegué aquí. No empecé a correr porque quisiera hacer un maratón, no me pasaba por la cabeza y no me hubiera creído capaz.
Todo comenzó cuando decidí empezar a tomar clases de spinning con mi novia, yo en ese entonces tenía un poco de sobrepeso, estaba aproximadamente 10kg arriba de mi peso ideal y quería perder ese peso extra. Al poco tiempo de empezar con el spinning descubrí que en verdad disfrutaba la actividad física, yo nunca había hecho ejercicio antes.
Unos meses después de empezar con el spinning empecé a correr porque a Nydia se le ocurrió inscribirse en una carrera de 5k sólo para mujeres y yo entrenaría junto con ella para apoyarla. Las primeras veces que corrimos no medimos la distancia, sólo ideamos una ruta a lo largo de unos camellones cercanos a nuestro departamento, era una distancia que se nos hacía muy complicada. Después de varios entrenamientos descargué una app para verificar la distancia y con sorpresa descubrimos que la distancia que tan retadora nos parecía eran tan sólo 2 kilómetros, ni la mitad de la distancia de la carrera. Con ayuda de la aplicación trazamos una ruta de 5k y fuimos cada día corriendo un poco más hasta lograr terminarla. Cabe decir que yo ya había perdido peso con el spinning y cinco días a la semana asistía a dos clases de 45 minutos cada una por lo que me sentía en excelente forma. Correr demostró ser una disciplina más difícil y más pesada.
Nydia por fin participó en su primer 5k, yo fui a apoyarla, a echarle porras. Como habíamos entrenado juntos tenía una estimación de en cuanto tiempo terminaría la distancia y para mi sorpresa fue un tiempo menor. Cuando logré encontrarme con ella en la zona de recuperación estaba visiblemente emocionada, nunca la había visto tan entusiasmada, “tienes que vivirlo” me dijo. Un mes después estaba corriendo mi primer 5k junto con Nydia. La verdad ella era la que llevaba el paso, yo trataba de no bajar la velocidad por orgullo, me costó mucho trabajo, se sintió como un gran esfuerzo pero al cruzar la meta me sentí como un superhéroe y al ver el reloj y comprobar que mi tiempo había sido mejor que en los entrenamientos me sentí orgulloso.
Ese primer año seguimos entrenando y asistiendo a carreras de 5 kilómetros. Aprendí que ser corredor significa aceptar el dolor, tanto el dolor normal por los entrenamientos como el de inicios de lesión que me indicaban que debía parar por unos días. Con cada carrera lográbamos mejorar nuestros tiempos y era emocionante ir tratando de vencer al reloj. Fue entonces cuando empezó a entrarnos la idea de hacer una carrera de 10k y quién sabe, a lo mejor un día un maratón.
Las carreras son un ambiente increíble, es muy gratificante ver gente de todas las edades y tipos haciendo un esfuerzo como ese por diversión. Es más profundo darse cuenta de que todas esas personas han entrenado, a veces antes de ir al trabajo, a veces después, solos o en grupo. Todos los días o al menos casi todos los días repiten la misma actividad, entrenando al cuerpo y a la mente. Correr cambia el cuerpo, la musculatura de la piernas cambia, se puede perder peso, se ejercitan también el abdomen, la espalda y los brazos. De hecho todo el cuerpo participa de la actividad, correr es más que impulsar el cuerpo, requiere de equilibrio y ritmo, requiere de balancear el cuerpo y de concentración. Al menor descuido uno puede tropezarse, torcerse un tobillo, pisar un objeto que puede lastimar o hacerle resbalar. Correr en la ciudad requiere además de una destreza distinta, es como una ruta de trampas y obstáculos, con calles y banquetas en mal estado, charcos y basura, desde luego también con automovilistas, motociclistas y ciclistas que tratan de arrollarte todo el tiempo. Encontré una gran motivación en correr, en medir mi progreso mejorando mis tiempos y corriendo cada vez mayores distancias. Soy corredor, eso me define.
El 10k llegó sin planearlo, Nydia ganó una cortesía para asistir a una carrera de esa distancia y decidimos ir juntos, como nunca habíamos corrido esa distancia decidimos correrla al menos una vez antes de la carrera, fue como una semana antes. Se nos hizo difícil pero no imposible, nos sentíamos seguros. Corrimos la carrera y la disfrutamos, habíamos entrado oficialmente a un nuevo nivel.
El reto del segundo año era claro: correr un medio maratón. Ya estabamos corriendo carreras de 10k y hacer un medio maratón (21.097 kilómetros) no parecía imposible. Honestamente yo tenía mis dudas de que algún día llegáramos a correr un maratón completo (42.195 kilómetros). Un maratón completo parecía una prueba sólo para atletas, no para mortales comunes como nosotros, al menos no para mi. Yo no sabía que los atletas no son solamente los elite, somos nosotros, todos lo que entrenamos y competimos, cada quien a nuestro nivel. Hay que decirlo con orgullo, somos atletas.
El primer medio maratón llegó después de meses de anticipación y entrenamiento. Para entonces ya me encontraba realmente en forma y me sentía con experiencia. Entrenar para un medio maratón te muestra tus fortalezas. La competencia fue en la Ciudad de México, mi ciudad favorita del país y una ciudad que hemos visitado en muchas ocasiones y conocemos bien. Disfruté ese primer medio maratón al máximo, fue una experiencia divertida y emocionante, terminé sintiéndome entero y listo para un reto mayor. El resto de ese año seguiríamos participando en medios maratones y mejorando nuestros tiempos.
Correr se convirtió en una parte esencial de mi vida, es una actividad que me hace sentir bien, me ha enseñado disciplina y se ha convertido en una pasión. Muchos corredores dicen que correr no es un ejercicio sino un estilo de vida y puedo atestiguar que es cierto. Correr, hacerlo de verdad, representa mucho esfuerzo, representa compromiso, sacrificio y dolor. Representa modificar tu modo de vida, tus actividades y tus gustos. Muchas veces significa renunciar por largos periodos de tiempo a tu vida nocturna, a tus hábitos y a tus vicios más queridos. Es invertir tiempo, dinero y mucho esfuerzo. No es cierto que correr sea un deporte barato ni gratuito, al menos no cuando se corre de verdad.
Este año, el tercero, el reto sería correr un maratón completo y elejimos el Maratón de la Ciudad de México como nuestra opción. Este año estuvimos entrenando intensamente. Si entrenar para un medio maratón te muestra tus fortalezas, entrenar para un maratón completo te muestra tus debilidades. Las distancias primero de más de 20 y luego de más de 30 kilómetros nos enseñaron cuales eran nuestros puntos débiles. Ahora sentía que más que nunca conocía mi cuerpo y mis límites. Conocer tus límites no significa que sepas detenerte, sino que sepas administrarte. Aprendí que una prueba tan larga requiere de mucha estrategia, necesitas administrar tu energía, tu hidratación, tu velocidad y tu fuerza. Las rutas que entrenamos incluían muchas pendientes, la hora de entrenamiento era entre las 9 AM y las 2PM, bajo el sol intenso. Lo extremo de nuestro entrenamiento nos dio confianza pero también nos marco con dolores que no se habían presentado anteriormente. Justo una semana antes de la competencia corrimos 10k, una distancia corta para finalizar el entrenamiento y en esos 10k algo muy malo le pasó a mi rodilla. Apareció un dolor en la parte externa de la rodilla derecha, más o menos una hora después de correr, un dolor intenso que no me permitía ni apoyar la pierna. El terror, la pesadilla, lesionado justo antes de correr mi primer maratón.
Durante la semana antes del maratón descansé, no corrí ni hice elíptica ni bicicleta. Los últimos días me estuve aplicando hielo en la rodilla y tomando antiinflamatorios. El dolor había disminuido mucho pero permanecía. A pesar de todo me sentía confiado, tenía 3 años corriendo, tenía 6 meses entrenando intensamente para esta distancia, lo iba a conseguir, no habría problemas, estaba seguro de que lo iba a disfrutar igual que disfruté mi primer medio maratón. No estaba nervioso, estaba más bien emocionado, ya quería hacer la prueba. La noche previa Nydia y yo nos fuimos a dormir, cuando me estaba quedando dormido de pronto un pensamiento me despertó: ¿Y si no termino?. Era la primera vez que me lo planteaba, no lo había hecho antes porque siempre he sentido que tengo mucha voluntad y que siempre he logrado lo que me propongo; en esta ocasión por primera vez me di cuenta de que el reto frente a mi podría ser físicamente imposible, no se trataría de voluntad, se trataría de que mi rodilla aguantara. Sabía que el dolor podría superarlo pero qué pasaría si se me rompía, fracturaba, o lastimaba la rodilla de una forma que me fuera imposible terminar. Me aterraba la idea de no terminar, un fracaso de ese tamaño me devastaría.
Desperté una hora antes de la que habíamos programado en el despertador, más emocionado que con miedo, ante todo seguro, el miedo de la noche anterior se había extinguido, me sentía listo. Ya había entrenado, ya me había preparado física y mentalmente, no había nada más que hacer, sólo enfrentar el reto. Estando ahí parado detrás de la línea de salida parecía imposible que hacía tan sólo 3 años me costaba trabajo correr 5k, ahora los entrenamientos diarios eran de entre 8 y 10k más las distancias largas una vez a la semana de más de 20 ó más de 30k. Es increíble como cambia la perspectiva con el entrenamiento, en verdad nada es imposible, sólo se necesita tiempo y dedicación.
Cuando comenzó la prueba mi mente y mi cuerpo entraron en piloto automático, haciendo lo que los había entrenado para hacer durante tanto tiempo. Era real, estaba corriendo mi primer maratón. Estaba tranquilo y estaba disfrutando, los primeros 10 kilómetros fueron un verdadero deleite, nada de cansancio, nada de dolor, me sentía excelente. Fue a partir del kilómetro 10 que empecé a notar dolor en la rodilla, no importaba, sabía que me enfrentaría a eso, no iba a titubear ahora. Llegó el kilómetro 15 y el dolor se intensificó pero era soportable, llegó el kilómetro 21, el medio maratón y mi tiempo era de los mejores en esa distancia. Nydia parecía invencible, rebasando corredores y manteniendo el ritmo, me daba seguridad. Me sentía bien, me sentía fuerte y con mucho ánimo. Fue alrededor del kilómetro 25 (una distancia que ya había corrido muchas veces) que empecé a sentir más dolor, ahora si intenso y no sólo era la rodilla, otros músculos de mis piernas se sentían como si quisieran acalambrarse. Llegado el kilómetro 30 empezó a ponerse difícil la prueba, ahora era evidente el cansancio también en Nydia. El verdadero infierno empezó en el kilómetro 35 (la distancia más grande que habíamos corrido en nuestros entrenamientos), había dolor, había cansancio y para mi sorpresa había mucho enfado. Después de hacer una actividad por varias horas la mente se cansa, se aburre, es imposible mantener por tanto tiempo la concentración, hasta mi música ya me había enfadado. Me quité los audífonos y me causaba más fastidio el ruido de los demás corredores y de las porras, esas porras que muchas veces te dan energía ahora me causaban fastidio, me encontraba de mal humor y sabía que era normal, era la fatiga, era la falta de motivación que provoca la verdadera fatiga. Yo había personalizado mi playera con la palabra “Tapatío” (como nos dicen a los de Guadalajara) y cuando escuchaba a alguien gritar “¡Vamos tapatío!” me emocionaba. Pero en este punto ya no disfrutaba ni de esas porras dirigidas a mí, estaba de mal humor, me empecé a sentir enojado. Estaba enojado conmigo mismo, ¿por qué estaba cansado?, ¿por qué aguantaba tan poco?, había entrenado mucho ¿qué me pasaba?. A partir del kilómetro 37 se volvió más duro todo, el sol estaba más fuerte, corríamos mas lento, muchos competidores estaban caminando y nos estorbaban, otros iban más rápido que nosotros y nos aventaban, la calle se hacía más angosta por los espectadores y el tráfico más difícil, estos últimos 5 kilómetros fueron un infierno aún mayor. Mi cuerpo me pedía que parara, mi mente me pedía que parara. Alrededor cada vez más competidores abandonaban la competencia, los veía sacar su teléfono y llamarle a alguien: “estoy en Insurgentes a la altura de tal, no voy a terminar, ven por mí”. Cada vez más dolor, las piernas se doblaban de cansancio, más calor, por más que me hidrataba la sed no desaparecía, el calor no se me quitaba ni empapándome con el agua para hidratación. Sólo seguía por seguir, quizá porque estaba con Nydia, a lo mejor si hubiera ido solo me hubiera detenido a descansar un rato.
Muchos maratonistas hablan de “la pared”, un fenómeno que la mayoría coincide que se da alrededor del kilómetro 30 al 35, donde el cuerpo ya no puede más y la mente quiere abandonar. En los entrenamientos no me había topado con la pared pero en el maratón la conocí, pero más que pared era una muralla que duró los últimos dos kilómetros. Fue alrededor del kilómetro 40 que por primera vez quise detenerme unos segundos a “tomar aire”, le dije a Nydia “necesito parar unos segundos” y me detuve. Entré en un estado de confusión, recuerdo que empecé a voltear hacia atrás como queriendo regresar, como si quisiera huir de la meta, no sé por que lo hice, sólo sé que estaba volteando hacia atrás viendo a los que caminaban, viendo a los que corrían, viendo a los que abandonaban, viendo a la gente gritarle porras a los corredores, viendo a la gente ofrecerles agua, dulces, jugos y mucho ánimo. Me sentí terriblemente sólo en ese momento, sólo existíamos el reto y yo, me sentía vencido, incapaz de seguir, enojado, frustrado, decepcionado, desesperado. Volví a voltear al frente, vi a Nydia viéndome, vi el mar de corredores que seguían y sin razonarlo ni pensarlo empecé a correr de nuevo, siempre había pensado que era una persona con voluntad, no había conocido la voluntad hasta ese momento. Todo pasó en unos segundos, estimo que unos 6 ó 7 segundos, un respiro. Ya no me detendría, ya nada me pararía. Pero en el kilómetro 41 me volví a detener, esta vez para caminar, aproximadamente unos 50 metros, necesitaba caminar porque mi cuerpo ya no podía correr, fueron 50 metros humillantes, no quería caminar el maratón, había ido a correrlo, había ido a vencerlo, ya sólo faltaba un kilómetro, no era nada, seguiría, volví a correr. Poco sabía yo que ese sería el kilómetro más largo de mi vida. Ya podía ver la entrada al Estadio Olímpico dentro del cual se encontraba la meta, pero entre más me acercaba más lejos parecía la entrada. No podía, no podía, pero si pude. La entrada es a través de un túnel de unos 100 metros, al ingresar muchos corredores gritaban, con sus alaridos amplificados por el túnel, recuerdo mucho un grito: “Lo logramos, lo logramos”. Me emocioné y enfrenté la corta subida para salir del túnel como si fuera la colina más alta, al salir a la luz la meta estaba a la vista, me emocioné, no por la victoria sino por el fin del suplicio. Nydia y yo nos tomamos de la mano con la poca fuerza que nos quedaba y juntos, corriendo con gran emoción atravesamos la meta y nos convertimos en otras personas, nos convertimos en personas que fueron capaces de completar un maratón.
Después vino mucho dolor, no poder caminar, sentirme mal y todo lo que es de esperarse pero ya no importaba, lo habíamos logrado. Ya no necesitaba demostrarme nada, había conquistado la distancia, había superado la prueba, corrí un maratón, no terminé caminando lo terminé corriendo. Me he referido en varias ocasiones al maratón como “la prueba” porque es una verdadera prueba, de fuerza, de condición, de voluntad, de espíritu y sobre todo de determinación.
Empecé diciendo que tenía tres años planeando este post. Lo repasaba en mi mente cada vez que entrenaba, cada vez que asistía a una carrera me imaginaba el post que iba a escribir cuando hiciera mi primer maratón. Me lo imaginaba muy diferente de lo que terminó siendo. Me lo imaginaba como una historia de éxito, en la que iba a describir como yo de forma estoica soporté el dolor, como yo de forma audaz vencí el cansancio, como yo habría pasado la meta victorioso como un semi-dios griego. Y no, no fue así. El maratón me destruyó, me rompió, me hizo pedazos, me hizo humilde y pequeño. Pero terminé, fui al infierno y regresé, lo logré y eso jamás podrán quitármelo. Descubrí que un maratón no es una historia de éxito es una historia de determinación. Una palabra que para siempre tendrá un significado profundo para mi. DETERMINACIÓN.
Pasó el dolor, el dolor es pasajero pero la victoria es eterna. Hoy estoy listo para el siguiente reto, no puedo esperar, ya quiero enfrentar otra prueba.