Éste ha sido un año convulso para la Ciudad de México, un año de transición administrativa, de cambios –unos buenos, otros bastante malos– y de creciente descontento social que se ha visto representado en diversas manifestaciones, mítines, bloqueos de calles y marchas de diversos grupos. Quiero enfocarme en las manifestaciones feministas que en este año se han dedicado a hacer un reclamo que va más allá de la igualdad de condiciones, el derecho a elegir y un alto al acoso; hacen un llamado a la protección de la vida de las mujeres. De hecho se podría argumentar que estas marchas trascienden el terreno del feminismo y de los derechos civiles, van al terreno de los derechos humanos ya que se está exigiendo lo más básico: el derecho de las mujeres a estar y sentirse seguras en todos los espacios de nuestras poblaciones.

En México, al igual que en otras partes del mundo, hay una epidemia de feminicidios. Es importante hacer esta clasificación y diferenciación: feminicidios. No se trata sólo de homicidios de mujeres sino de feminicidios ya que su única causa es el género de las víctimas. Celos, violencia intrafamiliar, violación y otras causas distinguen a los feminicidios, por eso es importante la tipificación de los mismos. La última cifra que encontré (noviembre 25 del 2019) habla de que en este año en la República Mexicana han sido asesinadas 2,833 mujeres, asesinatos de los cuales 726 han sido tipificados como feminicidios. Es una cifra excesiva y no me sorprendería que muchos de estos asesinatos no fueron tipificados como feminicidios debido a la reticencia de las autoridades por hacer esta tipificación, causada de forma aparente por (1) la mentalidad machista de muchas de estas autoridades que no ven propósito en la distinción y (2) por la necesidad de negar una problemática que hará ver mal a sus poblaciones, municipios o estados. La negación del problema es una práctica de lo más común en los distintos gobiernos del país, simplemente en la Ciudad de México, la ciudad más progresista y activa en disidencia del país, distintos grupos solicitaron durante años que se decretara una Alerta de Violencia de Género, sin éxito. Entrado el nuevo gobierno hubo la esperanza de que la nueva jefa de gobierno iba a atender estas peticiones pero decidió ignorarlas durante un año. De hecho Claudia Sheinbaum se vio obligada tras un amparo concedido en septiembre de este año, y aún así no fue sino hasta noviembre que por fin decretó la Alerta de Violencia de Género en la ciudad. Y estas cifras alarmantes sólo son de feminicidios, ¿pero qué hay de las desapariciones y violaciones? Recordemos que a principios de año se dieron a conocer múltiples casos de mujeres secuestradas en las calles, en las estaciones de metro a plena luz del día. También han habido durante el año múltiples casos de secuestros y violaciones perpetradas por policías y taxistas. Todo esto sólo en la Ciudad de México y el problema se repite en todo el país.

Desde la perspectiva de esta situación es entendible la rabia y la impotencia que sentimos en general muchos ciudadanos y más aún las mujeres ya que sienten, con justa razón, que son vulnerables ante una amenaza cada vez mayor e impune. No sienten protección por parte del Estado (leyes que atiendan esta problemática, autoridades que sepan escuchar, el destino de recursos) y mucho menos de las autoridades de procuración de justicia (los propios policías son los violadores, las denuncias suelen ser un proceso victimizante e infructífero). Llaman al Estado “violador” y tienen razón, un Estado que no hace nada por evitar los feminicidios, secuestros y violaciones, que en cambio trata de ocultar el problema y permite total impunidad a los perpetradores es un Estado feminicida y violador. Éste es un problema tan grave que yo estoy de acuerdo en que tenemos que usar todos los medios y espacios posibles para llamar la atención hacia él. Debemos hacer visibles a las víctimas, debemos seguir tocando el tema y hacer que quienes lo niegan –tristemente muchos ciudadanos– empiecen a aceptarlo.

¿Esto amerita marchas, manifestaciones, antimonumentos, performances y pintas? Sí. ¿El vandalismo y/o destrucción de monumentos históricos es la mejor estrategia para darle visibilidad a esta problemática? Yo considero que no y justificaré mi posición con tres puntos.

Un problema de relaciones públicas

No importa que parezca una aseveración cínica, el problema de sacar a la luz la violencia de género es un problema de relaciones públicas. Lo que se necesita es que la sociedad acepte el problema, de tal modo que el grueso de la sociedad haga la exigencia al Estado. Podemos vivir en nuestra burbuja progresista (amigos, redes sociales, medios de comunicación) pensando que la mayoría de la gente está consciente del problema y quiere que se solucione, sin embargo estamos en realidad engañados por vivir en dicha burbuja. Es natural que nos rodeemos de gente que piensa como nosotros y el contacto diario con esta gente puede hacernos pensar que todos piensan como nosotros. La realidad es muy distinta, se nos olvida que vivimos en una sociedad profundamente machista, sí, incluso en la Ciudad de México. Si decidimos salir de la burbuja nos daremos cuenta de que el grueso de la sociedad tiene una mentalidad del tipo “la violaron por ir vestida así”. No es tan difícil salir de la burbuja, basta con ver los comentarios que las personas hacen en las redes sociales. Desde luego no sirve ver comentarios que hacen de noticias publicadas por los medios progresistas que nos gusta consultar, busquemos los medios conservadores o simplemente los masivos (Televisa, TV Azteca) y comprobemos como los comentarios suelen estar fuertemente cargados de machismo, tanto los hechos por hombres como los hechos por mujeres ya que el machismo se manifiesta en ambos géneros. ¿Cómo logramos que el grueso de la población, contra la mentalidad machista en la que fueron educados, acepten el problema? Hacerlo visible con marchas, manifestaciones y antimonumentos es una buena estrategia, sin embargo, lo que podría ser considerado como una “causa justa” por la sociedad se vuelve una ofensa cuando inicia el vandalismo. Analizar el caso de las protestas por los 43 normalistas de Ayotzinapa es un buen ejercicio para comprender este efecto, incluso la reticencia de una gran parte de la sociedad para condenar esta desaparición masiva (“eso les pasa por andar secuestrando camiones”). Si sabemos que esta es la forma de pensar y reaccionar de la sociedad, ¿cómo esperamos que reaccionen cuando mujeres enmascaradas destruyen una estación del metrobús, vandalizan el Ángel e intentan causar incendios en el Paseo de la Reforma y el centro histórico? ¿Cuál fue la estrategia detrás de esto?, ¿Cuál fue el mensaje que se trató de comunicar a la sociedad? Esto me recuerda un episodio de mi juventud (cuando era todavía más joven). Participé en una protesta contra la guerra de Estados Unidos contra Irak (2003) en un puente fronterizo (del lado mexicano) y en medio de la protesta un grupo de los participantes sacó una bandera de Estados Unidos y le prendió fuego. Al principio, al igual que los demás, grité y brinqué alrededor de la bandera incendiada, arrojando consignas contra el país vecino, invasor del medio oriente en busca de petróleo. Uno de los disidentes, un hombre mayor, canoso, medio hippie, nos llamó la atención y recuerdo que nos dijo que la quema de banderas era un recurso que había que saber utilizar de forma inteligente. Recuerdo las miradas de los gringos que cruzaban desde México hacia su país viéndonos quemar su bandera, entonces lo entendí, nuestro mensaje se había perdido, lo que los gringos veían era a un montón de extranjeros (para ellos) quemando su bandera. Sin duda su sentido de patriotismo y apoyo total al gobierno que se suscitó tras el 9/11 (United we stand), se acrecentó al vernos, ya no pensaron en que su gobierno estaba haciendo algo malo sino en que debían apoyar a su gobierno contra los horrores que había fuera de sus fronteras. Nuestra protesta fue en ese momento un rotundo fracaso, nuestro mensaje se perdió. Y eso exactamente es lo que ha causado el vandalismo de monumentos históricos en la Ciudad de México. He escuchado a mucha gente decir “les importan más las piedras que nuestras vidas”, de entrada son más que piedras pero de eso hablaré más adelante, lo importante que hay que entender es que fue el vandalismo el que hizo a la gente preocuparse por “las piedras”. Quienes realizan estos actos vandálicos desvían la atención del verdadero problema (la violencia de género) a un problema inexistente hasta entonces (el vandalismo de monumentos históricos). Creo que no es difícil entender el error, similar al de mi experiencia del 2003: quienes llevaron a cabo estos actos cambiaron la conversación, llevaron la conversación hacia otro lado, un lado sin propósito ni fin. Es cierto que la disidencia en muchos casos debe transgredir, es de hecho el propósito de bloquear calles, desnudarse o presentar consignas e imágenes que llamen la atención de la sociedad, que hagan a los ciudadanos apáticos entrar en la conversación. Pero estas transgresiones deben ser aplicadas de forma inteligente (igual que quemar banderas). Por ejemplo, aventarle brillantina rosa al encargado de la seguridad ciudadana es un acto transgresor, que fue muy criticado pero que a mi parecer fue inteligente, hizo a la gente entrar en la conversación, fue violento sin ser verdadera violencia, creó un símbolo (que se desperdició después). La creación de símbolos es poderosa, recordemos el listón rojo del SIDA que se usó a principios de los 90s en los premios Tony y que pasaría a convertirse en el símbolo y color de una causa. Las cruces rosas, que empezaron con las desaparecidas de Ciudad Juárez, son un símbolo poderoso. Las pintas en el Ángel o el Hemiciclo a Juárez no lo son, un símbolo tiene que ser reconocible, replicable y portable. Las pintas en monumentos históricos en cambio han sido recibidos por la mayoría de la sociedad como una afrenta que no ha logrado más que causar interés en las “piedras”.

Recursos mal encaminados

Yo hasta el momento no he visto que las pintas y quemas en los monumentos históricos salven una vida, liberen a una mujer secuestrada, eviten que una mujer sea violada o cambien las leyes. Suena crudo pero seamos objetivos. El progreso del movimiento feminista se ha logrado, sí quizá con algo de ayuda de la disidencia, pero en general con el trabajo de mujeres organizadas, muy inteligentes, muy combativas que han logrado ejercer cambios desde organizaciones, campañas e incluso han logrado compenetrar al propio Estado desde el poder legislativo. La despenalización del aborto en Ciudad de México en el 2007, en Oaxaca en este año, la aprobación de la Ley Olimpia en esta ciudad y otros estados, así como otros logros se han conseguido con trabajo organizado, trabajo de años y de cientos o quizá miles de mujeres. Claro que la disidencia también es importante, tiene su lugar, la marea verde en el verano del 2018 en Argentina creó un símbolo importante, los símbolos importan porque unen a las personas, quienes portan un paliacate o pañuelo verde se identifican como parte de un movimiento. El del 68 fue un movimiento disidente, se creó toda una variante de la iconografía de las olimpiadas para ser usada como protesta, hubo marchas como la del silencio donde la gente expresaba su apoyo a los estudiantes desde los balcones de sus edificios, hubo mítines en los que se unieron los vecinos. Entonces no está en duda la importancia de la disidencia, pero sí está en duda el compromiso y motivos verdaderos de quienes han salido a la calle a destruir monumentos. Integrarse a una organización y trabajar de forma, seguramente voluntaria, durante unos años para conseguir en conjunto la aprobación de una ley es difícil, requiere esfuerzo. Taparse la cara y salir con una lata de aerosol a rayar un monumento, bajo la protección de una multitud, es fácil, no requiere esfuerzo. Una de estas cosas consigue resultados, la otra entorpece las labores de quienes tienen años trabajando para conseguir los resultados.

Más que piedras

He dicho antes que se habla de “las piedras”, que cómo es posible que nos importen más las piedras que las vidas de las mujeres. En primera, no he visto a nadie que diga que le importan más las piedras que las vidas de las mujeres, de hecho lo más triste es que nadie está hablando en estas discusiones de las vidas de las mujeres ya que se distrajo la atención del verdadero problema. Más grave aún, la destrucción de las piedras ha causado un sentimiento de enardecimiento de una gran parte de la sociedad, causando el efecto contrario al que se desearía: sumar a la sociedad. He usado la palabra “destrucción”, no por accidente. Contrario al argumento que muchos están usando al decir que las piedras se lavan de pintura y ya, las piedras en realidad se están destruyendo. La restauración de estos monumentos no es fácil, no es total y le costará a la ciudad millones de pesos, millones que estarían mejor empleados en atacar el problema de la violencia de género. El propio gobierno de la ciudad ha causado parte de esta destrucción ya que para limpiar algunos monumentos han usado un gel que remueve la pintura pero que daña la piedra. En el caso del Hemiciclo a Juárez el daño en la piedra es más evidente que en otros, para empezar la pintura no fue removida del todo y si lo visitan y ven de cerca la piedra y la tocan, como lo hice yo, comprobarán que las partes donde se trató de remover la pintura perdieron el brillo e incluso cambiaron de textura. Ese monumento al igual que otros fue dañado sin remedio. Es aquí donde empiezo la parte sustancial de mi argumento en este punto. Los monumentos son más que piedras. Para quienes son ignorantes podrá parecer que tienen un fin meramente estético, de adornos (como las esculturas de la Alameda), pero los monumentos (el Ángel, el de Cuauhtémoc, las estatuas de Reforma, el Hemiciclo) tienen un fin didáctico. El propósito de los monumentos es enseñarnos y recordarnos hechos de nuestra historia y nuestra identidad. No todos tienen acceso a una gran educación, no todos cuentan con una gran biblioteca de historia, pero lo que sí tenemos todos son estos símbolos que son los monumentos. Más atrás hablé de la importancia de los símbolos, pues precisamente este tipo de símbolos tienen su importancia para la sociedad en distintos niveles y tomaré como ejemplo el Ángel. La Columna de la Independencia que todos conocemos como el Ángel es un símbolo de identidad nacional para todos los mexicanos (nivel 1), todos los mexicanos podemos reconocerlo como algo que nos representa, es imposible negar que es el monumento más famoso del país tanto nacional como internacionalmente. Es un símbolo de nuestra independencia (nivel 2), un testimonio de nuestra historia que nos recuerda que así como hemos tenido muchos problemas y hemos sufrido muchos agravios también hemos tenido al menos una victoria que en el imaginario mexicano todos sentimos como nuestra, la Independencia (dejemos de lado realidades históricas). Y el Ángel es también un símbolo de la ciudad (nivel 3), es lo que puede servirnos a todos como identificador de la Ciudad de México y aunque se oiga cursi, es un motivo de orgullo chilango. No importa que lo hayas visto mil veces, siempre que estás en la zona volteas por lo menos una vez a volverlo a ver por la carga simbólica que tiene. Los turistas acostumbran tomarse fotos con el monumento de fondo, los locales acostumbran pasar las tardes sentados en las escaleras de la rotonda, el Ángel es el punto de reunión para las victorias nacionales, para los desfiles, la marcha del orgullo e incluso para la disidencia, es donde empiezan las marchas de protesta. El Ángel es pues, simbólico en diversos niveles y de importancia para los mexicanos. Tomando esto en cuenta, ¿qué reacción puede esperarse de la sociedad al vandalizarlo?

En conclusión, es urgente aumentar la conciencia y visibilidad sobre el problema de la violencia de género, es importante encontrar las estrategias adecuadas y efectivas para lograrlo. Quienes estamos en desacuerdo con el vandalismo de los monumentos, no lo hacemos desde una postura de negación del problema, por lo menos yo no, sino desde una visión amplia de la problemática que esto causa. Sumemos gente a la conversación y en vez de dividirnos cada vez más unámonos para colaborar, cada quien desde nuestras posibilidades en exigir al Estado soluciones concretas y educar a la sociedad. Sí, educarla ya que la educación es el único antídoto contra el machismo.