Conocí a Natalia una noche de abril en el Parque México en La Condesa. Es doloroso recordar que enamorado estaba de ella, fue enamoramiento a primera vista, me obsesionó. Tan sólo unas cuantas semanas después de estar saliendo, una madrugada fresca en la azotea de mi departamento contemplábamos el cielo y me contó cuál era el motivo de su extraño comportamiento y sus misteriosas actividades. Debí salir corriendo en ese momento.
Era un tiempo de muchas posibilidades para mí, recién graduado conseguí un trabajo como dibujante proyectista en el estudio de un arquitecto amigo de mis papás y rentaba mi propio departamento en la Avenida Amsterdam, un circuito que para mí resumía la belleza arquitectónica de la ciudad tanto por sus casas de detalles Art Nouveau como por el trazado urbanístico que seguía una extinta pista del hipódromo que otrora diera a este barrio una personalidad chic y novedosa. Un trazado sin sentido funcional, tomado sólo del capricho del pasado, como pasa comúnmente en la Ciudad de México, capas sobre capas sobre capas de otros tiempos. En general sentía, aunque me pique el orgullo confesarlo, que apenas empezaba a entender lo que era ser un adulto, sentía por primer vez que podía tomar las riendas de mi vida y hacerme un futuro prometedor.
Siempre he sido enamoradizo, mi último noviazgo con una muchacha veracruzana de la facultad terminó tan sólo después de un año. A pesar de su traición nunca podría guardarle rencor, pasamos momentos especiales y aún con el corazón cicatrizado añoraba después de meses volver a escuchar su voz, volver a sentir su larga cabellera negra sobre mi cara o sentir una vez más sus labios en mi cuello. No soy del tipo que saca un clavo con otro clavo, pensaba que eventualmente conocería a alguien más que me haría olvidar mi última relación y fue justamente una noche en que caminaba por el parque absorto en esos pensamientos que vi a Natalia por primera vez. Al pasar un pequeño puente por el estanque de los gansos, en medio de la penumbra, vi la figura de una mujer que se escondía entre los arbustos. Me seguí de largo tratando de imaginar qué sería lo que acababa de ver, ¿acaso había importunado a dos amantes furtivos?, ¿sería una vagabunda, una loca?. Rodeé el estanque con el propósito de volver a pasar por donde mismo, por una mera necesidad de satisfacer el morbo. Al cruzar nuevamente el puentecito la encontré parada en la oscuridad, se veía sospechosa, como alguien que oculta algo. Nerviosamente me saludó, buenas noches, sin dejar de caminar le contesté buenas noches, ten cuidado porque aquí asaltan. Me alcanzó y me preguntó si la acompañaba a la estación del metro. Fue evasiva cuando le pregunté qué hacía en el parque a esa hora, noté que tenía las manos llenas de tierra y me vino a la mente la idea de que quizá estaba enterrando algo entre los arbustos. Cuando llegamos a una calle mejor iluminada mis pensamientos se tornaron a su belleza. Natalia era más o menos de mi estatura, delgada y muy blanca con una cabellera negra que enmarcaba sus verdes ojos felinos, labios rojos y carnosos, algunas pecas sobre la nariz y las mejillas. Sus facciones dibujaban una cara con aspecto tierno y vulnerable, que junto con su complexión la hacían ver menuda, inofensiva. Nada más alejado de la realidad. En el breve tramo del parque a la estación Chilpancingo hablamos de algunas cosas superficiales, compartíamos el gusto por la arquitectura de la zona y los edificios viejos de la ciudad. Cuando llegamos a las escaleras para bajar a la estación quería decirle algo, pedirle su teléfono o algo pero me acobardé, me dije también que no era caballeroso acosarla si había ofrecido acompañarla a manera de protección, la vi bajar los escalones y apretando los puños dentro de las bolsas de mi suéter me di media vuelta pensando, eres un idiota. Había dado apenas tres pasos cuando Natalia me llamó desde la mitad de las escaleras. ¿Quieres ir a una fiesta mañana? me preguntó, mi destino estaba sellado.
La fiesta era en un departamento a unas cuadras del Jardín Sullivan, acordamos vernos en el Monumento a la Madre y de ahí caminar. Llegué unos veinte minutos antes de las diez que era la hora acordada y me sorprendí al verla esperándome desde tan temprano, interpreté esto cómo un verdadero interés en mí. Caminamos unas cuadras sin decir nada de importancia, simplemente hablando del clima y de la inseguridad, las pláticas casuales de la gente de la ciudad cuando no hay nada bueno que contar. La fiesta, en un pequeño departamento de cuatro pisos era más bien una reunión, había a lo mucho diez personas, todas peculiares, parecía que les había estallado encima el tianguis del Chopo. Sus amigos me parecieron agradables, me sentí bienvenido y en menos de una hora me trataban como si fuera parte del grupo. Al cabo de unas horas sólo quedábamos Natalia y yo junto con la pareja que vivía en el departamento y otro de los amigos que había fumado tanta mota que no se podía parar. Estábamos en la cocina, platicando muy cerca cuando sin esperarlo me plantó un beso. Había caído en la trampa.
Reflexionándolo es difícil explicar como pude enamorarme tanto y tan rápido, quizá era la necesidad que tenía de olvidar mi relación anterior y sentirme nuevamente deseado, quizá era el intenso erotismo que emanaba Natalia a cualquier hora del día. Lo cierto es que las siguientes semanas estuvieron llenas de enamoramiento y consternación. Natalia parecía entrar y salir de mi vida como le venía en gana, a veces no nos separábamos en dos días enteros y después desaparecía por tres o cuatro días. Nunca me daba explicaciones, y no es que yo las exigiera mucho tampoco. Todo lo que hacía y todo su comportamiento eran misteriosos, por ejemplo, durante las primeras semanas era evasiva siempre que le preguntaba dónde vivía, cambiaba la conversación abruptamente cuando le decía que eventualmente tendría que darme su número de teléfono, a veces simplemente para callar mis cuestionamientos me besaba e iniciaba un torrente de caricias y cariños que me hacían olvidarme de todo. Creo que tenía miedo a que me dejara si la presionaba, en tan poco tiempo la había idealizado tanto que sentía que cualquier precio era razonable para estar con ella. Llegué a preguntarme si tendría otro novio o incluso estaba casada, estos pensamientos me hundían en un estado de frustración e impotencia, sabía que si le preguntaba directamente volvería a callarme con besos, usaría sus amores para tenerme dominado. Era mejor callar, pensé que incluso prefería tenerla compartida que apartarla de mi lado. Quizá esa sensación constante de poder perderla en cualquier momento es lo que me tenía tan amarrado a ella. Cada que a mis amigos les daba algunos detalles de la situación me decían que era estúpido, que debería confrontarla y definir nuestra relación. Les enseñaba la única foto que tenía en el teléfono de ella, tomada en un bar del centro, en la que se veía agresivamente bella y sensual, y por lo general era suficiente para que coincidieran en que podía aguantar así un tiempo más.
Una noche subimos a la azotea de mi departamento a ver las estrellas, nos envolvimos en una cobija y recargados en la base de unos tinacos contemplábamos el cielo. Habíamos pasado todo el día juntos y por primera vez sentía que ella se abría un poco a mí. Algo que he olvidado describir es que Natalia tenía un lado oscuro que salía a relucir de forma entrecortada entre nuestras conversaciones o cualquier comentario irrelevante, con frecuencia usaba la palabra estúpido o estúpida para hablar de terceros, se expresaba de los demás con una agresividad y un dejo de desprecio que para mí no tenían fundamento. Cuando comentábamos noticias o hechos recientes parecía alegrarse de las desgracias ajenas, no presté mucha atención a estos comportamientos, simplemente me dije que era una persona cínica. Además hay otro aspecto de su lado oscuro que sí llegaba a desconcertarme, una inhumana frialdad, en ocasiones al hablar un minuto podría ser cariñosa y al siguiente ignorarme, fría como el hielo, me hacía sentir como si no pudiera verme, como si no estuviera ahí, absorta en sus propios pensamientos o murmurando cosas ininteligibles que decía no eran nada cuando le preguntaba que estaba diciendo. A pesar de todo estaba enamorado, a veces exasperado pensaba que no tenía caso estar con alguien que no quería compartir su vida y su persona conmigo, pero me llegaban recuerdos de ella, de sus escasas sonrisas, de ella acostada a mi lado, apoyando sus pies flacos y fríos contra los míos. Me decía que quizá sin saberlo yo era controlador y le pedía demasiada intimidad demasiado rápido. Esa noche en la azotea sentí por primera vez que podía haber futuro, ella había estado de buen humor durante el día y habíamos pasado la noche juntos, no podíamos dormir platicando de cosas y ella había tenido la idea de subir en plena madrugada a ver las estrellas. La confronte de la forma más suave y sutil que pude, le pedí que me explicara por qué desaparecía por días, por qué no me daba su teléfono ni su dirección, por qué era tan evasiva con mis preguntas, por qué nunca me hablaba sobre su vida, dónde había estudiado, quiénes eran sus padres y demás. Lo más que me había permitido entrar en su vida fue aquella fiesta por el Jardín Sullivan a la que me había invitado hacia casi dos meses. Natalia suspiró y se quedó pensativa, quizá evaluando las posibilidades de volver a evadirme, quizá evaluando qué tanto le interesaba estar saliendo conmigo. Después de algunos segundos me dio una explicación, la razón por la que no te quiero dejar entrar mucho en mi vida es que cuando me conozcas como de verdad soy, lo que de verdad quiero y lo que pienso me vas a dejar, así que no tiene caso. La fiesta a la que te invité fue porque quería pasar esa noche contigo y pensé que después de eso no volveríamos a vernos, pero me gustaste y quise seguir saliendo contigo a pesar de que sé que cuando te platique sobre mis creencias vas a querer dejar de verme, ya me ha pasado esto mismo. Le aseguré que nada de lo que me pudiera decir podría hacer que me alejara, estúpida promesa, le dije que era mejor que sacara a la luz el secreto que tanto temía contarme y que lo quitáramos de en medio de nuestra relación de una vez, que me gustaba y de verdad quería andar con ella bien. Me miró como a un niño, con la ternura que se mira a un chiquillo diciendo cosas que no entiende. Soy satanista, me dijo. Procedió a explicarme que en los últimos años de su adolescencia había renunciado a las creencias de su familia evangélica, de quienes no quería hablar ahora –y no lo hizo nunca–, y que se empezó a interesar primero por la meditación y después por la forma de interpretar la religiosidad de la Nueva Era, de alguna forma se había vuelto agnóstica ya que creía que existía un ser superior, la naturaleza, el tiempo o dios, como quieras llamarle me dijo; pero no sentía que ninguna de las religiones comunes interpretara correctamente la comunión con esa fuerza superior. Después de conocer a un grupo de wicanas se unió a ellas y por un tiempo adoptó la Wica como su religión. Niñas bien de Las Lomas me dijo, no te las imaginarías encueradas en medio del bosque de La Marquesa poniéndose en sintonía con la tierra, pero sí, nos reuníamos a hacer rituales cuando había luna llena, equinoccio o eclipses. Por dos años estuve con ellas pero cada vez me sentía menos satisfecha, las sentía hipócritas, como si para ellas la Wica fuera una moda y no adoptaran verdaderamente ese estilo de vida. La sacerdotisa es una pintora que vive en Coyoacán, cómo que le dejaron dinero sus papás y se dedica nomás a hacer sus pinturas y a su religión, a ella la respetaba pero las demás te digo que se me hacían falsas. Fue ella quien me presentó a Sebastian, un sacerdote satanista, él me introdujo a una nueva forma de ver y entender nuestro enlace con el universo, me empecé a juntar con su grupo y he estado con ellos por los últimos tres años, ya casi cuatro. Él es nuestro guía, sabe mucho, vivió como diez años en Francia donde era parte de una iglesia satánica de allá y se regresó a México a formar su propia iglesia. Somos pocos, seis o siete que nos juntamos siempre y algunos más que se reúnen a veces sí y a veces no. Mientras Natalia me contaba todo esto me asusté un poco, no porque creyera en la brujería, los ritos satánicos y esas cosas sino porque no sabía si podría estar con una persona que sí creyera en ellas. Siempre he encontrado las religiones bastante ingenuas y esta forma de creer en un cuate que aprendió no sé qué en Francia y juntarse a hacer quién sabe qué con otras seis personas me sonaba muy estúpida. Pero al seguir razonándolo me dije que sus creencias personales no deberían ser motivo para que hubiera problemas entre nosotros, después de todo yo no trataría jamás de imponerle mis creencias a nadie así que cada quien podía creer en lo que quisiera. Sin embargo algo me tenía preocupado, la palabra “satanista” me hacía ruido. Respeto tener una religión y respeto tener creencias propias, pero ¿por qué adoras a un ser que es el villano de las demás religiones? le pregunté, ¿no sé supone que es un ser que quiere vernos sufrir?. Me contestó que las religiones habían siempre interpretado todo a su conveniencia, cualquier forma de pensar alterna era “del diablo”, me dijo, todas las religiones atraen a sus adeptos con falsas promesas e ilusiones, cuentos de hadas sobre vida y felicidad eterna; el satanismo es diferente, por lo menos como lo enseña la iglesia en la que Sebastian estuvo en Francia. El satanismo venera a nuestro señor, un padre que no hace cuentos para atraer a sus hijos, Satanás nos enseña que el dolor y el sufrimiento son las condiciones naturales de la humanidad y es más fácil vivir aceptando esta condición que en constante desilusión por un futuro mejor que nunca vendrá. En ese momento Natalia se quedó callada por unos segundos y de pronto se tornó fría como a veces, la vista perdida en un horizonte que era imposible ver en la penumbra de la noche, se encorvó y bajó el volumen de su voz, haciéndola más aguda, casi un susurro. Satanás quiere que sus hijos acepten el dolor y el sufrimiento, continuó diciendo, la verdadera redención está en conocer la realidad de la condición humana y aceptarla, el verdadero poder está en asumir como propio el destino último que todos tenemos, una noche eterna, una oscuridad infinita, un silencio inescapable, la destrucción de todas las cosas, la negación de uno mismo, la inexistencia a la que todos estamos condenados. Satanás no miente a sus hijos, no vende ilusiones, nos muestra el verdadero camino, nos lleva de la mano a esa noche oscura. Hizo una pausa. No pienses en Satanás como una persona sino como una promesa. ¿Una promesa de qué?, le pregunté. Ella respondió: la verdad.
Los siguientes meses cambiaron radicalmente mi estilo de vida, aprendí a aceptar las excéntricas creencias de Natalia, de cierta forma a ignorarlas, después de todo ya se había abierto más. A veces pasábamos la noche en su pequeño departamento de la colonia Agrícola, una vieja casa de tres pisos convertida en departamentos individuales que parecía estarse cayendo por decadente. En el piso de Natalia, el tercero, había sólo un volumen que hacía las veces de sala, comedor y cocina, una pequeña habitación y un baño que hacía al mismo tiempo de escusado y regadera sin lavamanos. Me había acostumbrado a su desorden, a ver su ropa tirada por todos lados, a los rincones sucios y polvorientos llenos de libros viejos. Al principio no me gustaba su departamento pero había aprendido a aceptarlo como había aprendido a aceptar las ideas raras de Natalia. El tema religioso no surgía muy a menudo, pero cuando surgía siempre era porque ella me contaba de algo “muy inteligente” o “muy profundo” que había dicho Sebastian. Yo no quería admitirlo y hacía un gran esfuerzo por ocultarlo pero sentía celos. Pensaba que para un hombre en sus cuarentas, líder de una secta religiosa, no podría ser demasiado difícil manipular a una muchacha en sus veintes como Natalia, hermosa y sumisa, dispuesta a acatar las enseñanzas del maestro. Venían a mi mente imágenes de ellos teniendo sexo, ni siquiera lo conocía pero podía imaginarlo, sudoroso encima de ella, babeándole la cara. Me llenaba de coraje y me desquitaba con ella, le gritaba por cualquier tontería y me regresaba enojado a mi departamento. Estas ideas celosas comenzaron a convertirse en una obsesión. Natalia me había alienado del resto del mundo, había hecho que dejara de ver a mis amigos y a mi familia, ella era ahora lo único que tenía y sólo podía pensar en qué hacía en las reuniones de su grupo, con quiénes estaba, qué hacían, si se encueraban en sus estúpidos rituales, quién la veía así. Natalia vulnerable en mi imaginación, Natalia desnuda bañada en sangre, las imágenes seguían apareciendo sin cesar en mi mente. Tenía que meterme en su círculo, tenía que formar parte de su grupo para vigilarla. Le pedí a Natalia que me invitara.
Sebastian era un hombre alto y corpulento, lo primero que pensé al conocerlo es que con facilidad podría dominarme físicamente. Tenía una cabellera larga y canosa que siempre llevaba suelta, barba crecida y vestía siempre de blanco con atuendos de lino y algodón, como auténtico hippie. Era un tanto carismático, sin embargo al igual que Natalia, en ocasiones su carisma era consumido por un lado oscuro, una frialdad que te hacía pensar que su esencia había dejado la habitación y alguien más, desde un lugar remoto hablaba a través de él. Me explicó que el camino de su iglesia se tomaba a través de niveles, si yo estaba realmente interesado en aprender las enseñanzas que habían sido transmitidas a él y los que vinieron antes que él desde tiempos más lejanos que lo que documenta la historia, era necesario que empezara en el primer nivel. En un principio no tendría permitido asistir a sus sesiones, me limitaría a realizar algunas tareas que me encomendarían. Podía verlo en mi mente, los pelos canos de su pecho contra la espalda blanca de Natalia, sus grandes manos tomándola de la cintura, mientras Sebastian me hablaba la obsesión se apoderaba de mis pensamientos, más resuelto me sentía a hacer lo que fuese necesario para estar dentro del círculo, para no tener que apartarme jamás de Natalia y poder cuidarla. Las tareas que me encomendaban en un principio eran sencillas, comprar una que otra cosa rara en los puestos de hechicería del mercado Sonora –estrellas de David y cruces de ocote para quemar, incienso, veladoras y hierbas–. Procurar alimentos y bebidas para algunas de las sesiones. Después las cosas se pusieron raras, me encomendaron misiones cada vez más excéntricas que me hacían preguntarme si se trataba de pruebas. Algunas cosas eran relativamente sencillas como conseguir pelos de seis personas –lo cuál pude hacer en una peluquería–, otras representaron mayor grado de dificultad, por ejemplo una vez me pidieron conseguir un cordón umbilical, para lo cuál tuve que sobornar a una enfermera del IMSS. Sebastian me decía que cada vez me acercaba más a mi iniciación. Lo podía ver en mi mente arrancándole la blusa a Natalia, quitándole las botas y besándole los pies. Debía seguir, debía continuar si quería asegurarme de conservar a Natalia a mi lado. Con el tiempo me pidieron otras cosas que no me dan orgullo, cosas que ni siquiera deseo dejar como testimonio, ahora que las recuerdo me dan vergüenza; torturar animales, robar cosas, las misiones que me encomendaban comenzaron a cambiarme, me alejé más de quienes no estaban en el círculo, perdí mi trabajo, mi departamento, cambié todo porque tenía que continuar, tenía que protegerla. En una ocasión me encomendaron enterrar algo encima de una tumba, era un pequeño libro viejo en francés, debía tener más de cien años; tuve que meterme a un cementerio con una pequeña pala de jardinería para cumplir con la tarea. Eso es lo más increíble, que la mayoría de las tareas que me pedían en ese punto eran cosas que ellos no podían comprobar, no podían saber si lo hacía o no pero yo de todos modos lo hacía, me sentía obligado, sentía que mi voluntad no era ya mía, servía al grupo, servía a un fin más grande que yo, algo que no podía entender pero que me comprometía.
Finalmente llegó el momento de mi iniciación. La iniciación consistía en una serie de seis meditaciones guiadas por Sebastian. Las primeras dos fueron en privado, sólo él y yo mientras me llevaba a un estado de relajación y me hacía sentirme conectado con el cosmos. Después vinieron otras dos en las que Sebastian consideró que era conveniente que estuviera presente una persona del grupo que yo eligiera, naturalmente elegí a Natalia; esas dos meditaciones fueron una exploración de mis propios miedos y traumas, me hizo reflexionar en las cosas que más me habían hecho daño, viejos resentimientos y conflictos, Natalia montada encima de él, los dos riéndose de mí, las manos de ella convertidas en monstruosas garras. Venían a mi mente imágenes cada vez peores. Las últimas dos meditaciones, explicó Sebastian, serían en realidad dos partes de una misma meditación, el objetivo es que aceptes en tu interior las enseñanzas y revelaciones que Satanás quiere compartirte me dijo. Si no estas seguro de querer continuar estás en tu derecho de detenerte y salir del grupo, siguió diciendo, pero si de verdad quieres ser parte de nosotros debes entender que no habrá vuelta atrás, en la segunda meditación Satanás te hará un regalo, te revelará una verdad y las verdades una vez conocidas no pueden ser olvidadas ni escondidas. Es importante que no vayas a empezar algo que no vas a poder terminar, continuó, si decides hacerlo mañana mismo nos vamos para mi casa en Tepoztlán para hacer la primer meditación y pasado mañana terminamos con la segunda.
El viaje a Tepoztlán fue silencioso, íbamos en dos coches porque para esta última parte de la iniciación debía participar todo el grupo. La casa de campo de Sebastian no estaba en el pueblo sino a las afueras, se llegaba por un camino de tierra que serpenteaba entre algunas colinas y se dividía en varios caminos constantemente. No puse mucha atención a la forma en que llegamos porque desde que subí al coche en la ciudad y me baje en el campo me sentí en un estado de relajación profunda. Así debe sentirse aceptar la muerte pensé. Las imágenes de celos que me obsesionaban se detuvieron, dejaron de distraerme, sentía una especie de paz, más que una paz era una sensación de resignación. Es como enseña Satanás, si dejas de pelear contra tu condición dejarás que el dolor, el sufrimiento y la desesperación fluyan a través de ti. Comimos en silencio, todos parecían estar en el mismo estado de relajación que yo, todos parecíamos ser piezas del mismo rompecabezas. Después de la comida Sebastian me indicó que debía recluirme en una de las habitaciones mientras ellos se preparaban para la sesión, pon tu mente en blanco me dijo. Llegada la noche alguien abrió la puerta de la habitación, era Natalia, vestía una bata negra de manta y estaba descalza, me extendió una bata igual a la que ella vestía y me instruyó que me quitara toda la ropa y me pusiera la bata, cuando terminara debía alcanzarlos en la sala. Su actitud era totalmente fría, mecánica, como movida por una voluntad ajena a ella, a pesar de que hice contacto visual con ella no la pude ver, ella no estaba ahí. Cuando bajé las escaleras de la casa, que desembocaban directo a la sala los vi, estaban todos desnudos formando un círculo, las luces estaban apagadas y unas cuantas veladoras radiaban la poca luz que los hacía ver a todos como siluetas. Hice un esfuerzo para adaptarme a la oscuridad mientras me acercada y alcancé a reconocer a Natalia, estaba junto a Sebastian, él se acercó a mí y tomándome de la mano me condujo al centro del círculo, me quitó la bata y me pidió que me acostara. En cuanto estuve recostado en el tapete de la sala en medio del círculo escuché la voz de Sebastian guiando la meditación.
Cierra tus ojos, quiero que te concentres con toda tu atención en mis palabras. Has venido a nosotros para descubrir la verdad y hoy, en medio de tus hermanos y hermanas empieza tu camino. Quiero que imagines todo lo que te digo, quiero que lo sientas como si fuera cierto porque es cierto, hoy está aquí con nosotros nuestro señor Satanás y no hay nada que él no pueda volver realidad. Te encuentras a la orilla de un bosque, es de noche. Siente la brisa fresca sobre tu rostro, huele los pinos que te rodean, los ruidos de los grillos y otros animales que te invitan a internarte más entre los árboles. Delante de ti hay un camino, tómalo hacia el interior del bosque, camina con decisión sabiendo que el señor te espera en su casa. Mientras avanzas quiero que veas los árboles a tu alrededor, la única luz que guía tu camino es la luz de la luna llena, quiero que veas todos esos árboles a los lados del camino, sus largos troncos, sus largos y oscuros troncos.
Son personas, exclamé, lo veía con claridad, cientos y cientos de personas que parecían árboles a mi alrededor, quietas, inertes, oscuras.
Continua tu camino y llega hasta un río, pon atención en el agua que es oscura, totalmente negra, de una profundidad infinita, fría, es lo único que te puede detener pero ves un puente, hacía un lado a lo lejos ves un viejo puente de madera. ¿Quieres cruzarlo?.
Sí, contesté, casi sin voz, casi como si no fuera yo quien contestaba.
Dirígete al puente. Quiero que subas al puente y te detengas a la mitad. Ahora que estás a la mitad del puente quiero que te asomes hacia abajo, al río. Quiero que veas el agua del río en movimiento, quiero que escuches la corriente, algo pasa entre las aguas algo se está llevando la corriente, ¿puedes ver qué es?.
Son cuerpos, contesté, son cuerpos de personas, se las lleva el río. Son mis padres, mis hermanas, son mis amigos, son mis maestros, mis vecinos. Mi corazón se hundió, de repente sentí miedo, la visión en mi mente era tan real que no podía salirme de ella, quise abrir los ojos y salir de ese trance pero una fuerza me lo impedía. Sentí terror, pero al mismo tiempo me sentí resignado, subyugado por una fuerza que venía de mí pero no era yo y que me obligaba a continuar.
Despídete de ellos, no les volverás a ver. Esas son todas las personas que te han frenado, son lastres que te han impedido tomar tu camino, te han engañado con sus falsas creencias y con sus promesas vacías, se los lleva el río y ya no seguirán deteniéndote, ya no seguirán estorbándote. Quiero que bajes del puente y continúes tu camino, sigue caminando, sigue concentrado en mi voz, nada más existe más que tú y ese camino. A lo lejos puedes ver una colina y encima de ella un castillo, ve hacia allá. Sigue caminando hasta que llegues a la colina y descubre un camino de escaleras que sube rodeándola, tómalo. Sube las escalares, sigue subiendo, sigue subiendo. Has llegado a la entrada del castillo, frente a ti hay una enorme puerta de hierro, está abierta, el viento frío que sale del castillo te invita a entrar. ¿Quieres entrar al castillo?.
Sí, contesté, ahora en un estado de ensoñación, ya no sabía si la realidad era el castillo de la colina o la casa de Tepoztlán, ya no sabía si la voz que me guiaba era la de Sebastian o la de alguien más.
Entra al castillo. Ahora te encuentras en un gran vestíbulo, las paredes son de piedra, puedes sentir el frío del viento que circula a través de la construcción. Frente a ti hay dos enormes escaleras que convergen y suben hasta un segundo nivel, toma una de las escaleras y sube, siente el frío que te adormece la cara, sigue subiendo. Has llegado al segundo nivel y ves que hay pasillos que rodean el vestíbulo principal, llevan justo al lado contrario de donde te encuentras, ahí hay una entrada, camina hacia ella, sigue caminando mientras escuchas los murmullos del viento a tu alrededor, sigue caminado. La puerta conduce a una escalera de caracol que sube hacia la torre más alta del castillo, sube por la escalera, es estrecha, sientes las rocas heladas con las que está hecho el castillo al tocarlas, hay grandes ventanas verticales, sigue subiendo, sigue subiendo. Detente en una de las ventanas y mira hacia el exterior de la torre, hacia la noche. Ves la orilla del bosque, donde empezaste tu camino, ves los densos árboles por los que atravesaste y te llevaron hacia el río, ves las aguas oscuras ahora vacías, sin cuerpos, se han ido, ya nadie te estorba, ves lo que queda del puente que cruzaste, cuya madera podrida se rompió dejándolo imposible de cruzar, ya no hay regreso. Sigue subiendo, sigue subiendo. Haz llegado a la parte más alta de la torre, ahora te encuentras frente a una gran puerta de madera con forjaduras de hierro, hay un picaporte para abrir la puerta, está incandescente, al rojo vivo. Ésta es la última puerta, éste es el último obstáculo entre tú y la verdad, la última barrera entre tú y el regalo que te tiene preparado nuestro señor Satanás. ¿Quieres abrir la puerta?, ¿quieres conocer la verdad?.
Sí, conteste en total entrega y sumisión, intrigado por lo que habría detrás de esa última puerta. ¿Cuál sería la verdad que me revelaría Satanás, cuál sería su regalo?
Coloca tu mano sobre el picaporte incandescente, siente el intenso ardor en la palma de tu mano, siente como te quema, te marca, te incinera la piel, mira el vapor que sale de tu mano, la humedad de tu piel evaporándose, escucha el sonido de la carne achicharrándose, siente el olor a tu piel quemada, experimenta el dolor, experimenta la desesperación de tu mano pegada al metal ardiente, siente el horror, siéntelo invadirte, siéntelo apoderarse de ti.
Despierta me decía Sebastian mientras me sacudía por los hombros, despierta. Regresé a la sala en la casa de Tepoztlán, como si hubiera despertado de un sueño de cientos de años. Todo mi cuerpo estaba adormecido, con la ayuda de Sebastian me enderecé y traté de ponerme en pie, mis movimientos eran torpes, mis piernas carecían de fuerza. ¿Qué hay detrás de la puerta? le pregunté a Sebastian. Mañana, mañana podrás abrirla.
Compartí la habitación con Natalia y con otra pareja del grupo, no pude dormir en toda la noche, mis sentimientos y emociones estaban fuera de control, lo mismo sentía miedo que tristeza que coraje. Me sentía en una caída larga y sin fin, desplomándome al vacío pero extrañamente en paz. Tenía la sensación de que yo ya no era el dueño de mi voluntad, de que ya no iba al volante sino era un pasajero de mi propia vida. No podía pensar bien, sólo una pregunta ocupaba mi mente, ¿qué había detrás de la puerta?. El día siguiente transcurrió sin mucha actividad, todos parecían estar en un estado contemplativo, Natalia apenas me dirigió la palabra unas cuantas veces durante todo el día para cosas prácticas, estaba en su estado de frialdad y al igual que los demás ensimismada y callada. Las horas se hicieron largas, estaba consiente de estar yo también en un estado de recogimiento, mi mente era una oscuridad borrosa, sólo una luz en el centro era mi único pensamiento, la puerta, lo que habría detrás de la puerta, el regalo de Satanás, la verdad. Por fin en la noche iniciamos la sesión, al igual que la noche anterior todos estábamos desnudos, los demás de pie formando un círculo y yo acostado en el medio. Vi a Natalia, la vi y sentí una nostalgia incomprensible, como si fuera a despedirme de ella, vi entre las penumbras su cuerpo, sus extremidades flacas y largas, sus pechos diminutos, su cuello largo, su cabellera oscura, los labios carnosos, sus ojos verdes que ahora no eran felinos, de alguna forma habían perdido su luz, eran de reptil, las ventanas a un vacío. Sebastian me pidió que cerrera los ojos para empezar, me volví a él y le pregunté, ¿ahora si vamos a abrir la puerta?. Sí, me dijo con una sonrisa perversa. Cerré los ojos.
Desperté en el departamento de la colonia Agrícola, totalmente confundido, más que despertar de un sueño fue como revivir de la muerte. Una vez escuche que los humanos somos la historia que nos contamos todos los días al despertar, como si cada día que despertaras fueras una hoja en blanco y en un instante recuerdas toda tu vida y sabes quien eres; pues para mí ese instante duró varios minutos en esa ocasión. Desperté primero como si fuera un bebé que no sabe hablar, que no sabe caminar. El cuerpo totalmente dormido, mis extremidades casi inertes. Habré tardado un par de minutos en lograr sentarme en la cama sin entender nada, sé que suena extraño pero en verdad los primeros minutos no sabía quién era, no sabía dónde estaba ni recordaba mi propio nombre. Mientras contemplaba el desorden a mi alrededor fueron llegando a mí lentamente los recuerdos y las palabras, fue regresando a mí todo lo que había pasado los últimos meses, el viaje a Tepoztlán y finalmente el único recuerdo que tenía, cerrar los ojos en la noche de la última sesión. ¿Qué había pasado? ¿abrí la puerta?, ¿qué había detrás?, ¿recibí mi regalo, recibí la verdad?. Comencé a caminar por la habitación, a asomarme al baño, a salir a la sala buscando a Natalia aún confundido. ¿Cómo había llegado ahí?, ¿cuando regresamos?, ¿cómo entré al departamento?. Tuve miedo, no podía recordar nada de lo que pasó después de cerrar los ojos. Encontré mi teléfono en la barra de la cocina, estaba descargado, esperé cinco minutos largos a que se cargara lo suficiente para poder encenderlo, tratando de hacer memoria, preguntándome dónde estaba Natalia. Cuando por fin pude encender mi teléfono primero me extrañé por la hora, yo pensaba que era de mañana pero eran las seis y media de la tarde, ¿dormí todo el día?. Después con terror leí y releí una y otra vez la fecha, habían pasado seis días desde la última noche que recordaba en Tepoztlán. No podía estar bien, busque la fecha en Google, hice lo que se me ocurrió y por más que no quería creerlo era verdad, seis días estaban borrados de mi memoria. Estaba asustado, enojado, desesperado, necesitaba hablar con Natalia para decirle lo que me estaba pasando, para preguntarle qué pasó en la última sesión. Le marqué y su teléfono empezó a sonar dentro del clóset, ¿estaba ahí todo este tiempo, estaba escondiéndose de mí, acaso me temía, qué hice, qué paso?. Abrí el clóset y encontré su teléfono abandonado en una repisa.
Nunca volví a saber de Natalia ni de nadie del grupo, durante un par de semanas la busqué, incluso la reporté como desaparecida. Toda su ropa, todas sus cosas, sus libros, todo permanecía en el departamento, no era como si se hubiera escapado sino como si simplemente hubiera desaparecido. Con los vecinos indagué quién era el dueño de los departamentos y logré contactarlo con la esperanza de que tuviera algún dato de Natalia que yo no, por ejemplo la dirección de un fiador, una referencia o algo. El dueño no conocía a ninguna Natalia, el departamento se lo rentó un hombre y se lo pagó por adelantado por un año -que por cierto se vencía en tres semanas me dijo-. Lo describió como un hombre de cuarenta y tantos años, alto, grande. El único lugar que me quedaba para buscar alguna pista de Natalia era el departamento de aquella fiesta a la que fuimos cuando empezamos a salir, no tuve suerte; ahora vivía ahí una pareja de señores con un hijo adolescente, tenían meses viviendo ahí y no sabían nada del inquilino anterior, no me quisieron dar los datos del dueño. Viajé a Tepoztlán tratando de encontrar la casa de Sebastian, no sabía ni como llegamos pero pensé que podía investigar en el pueblo si alguien lo conocía o sabía donde estaba esa casa, durante un par de días busqué y no pude encontrar nada, ningún rastro ni ninguna pista. Desesperado contemplé mi situación, en un par de semanas ya no podría seguirme quedando en el departamento de Natalia -¿sería ese su verdadero nombre?-, no tenía trabajo y hace meses había vendido mi coche para tener dinero pero ya casi se me acababa. Tenía meses sin hablarle a mis amigos, rechazando sus llamadas cada que sonaba mi teléfono, las cuales fueron cada vez más escasas hasta que cesaron. Lo mismo pasó con mi familia pero ellos tendrían que aceptarme, seguro que estarían contentos de escuchar de mí después de meses sin contacto. Tuve que regresarme a Querétaro a casa de mis papás.
He reflexionado mucho en estos últimos meses, recuerdo mucho a Natalia con dolor y con rabia, estoy convencido de que nunca me quiso, ella fue sólo un señuelo. Me siento un imbécil. De forma mecánica, impulsado más por mis papás que por nada, he ido reconstruyendo mi vida; encontré un trabajo, me reconecté con algunos amigos de Querétaro y estoy tratando de hacer una nueva vida aquí. Detrás de este proceso de cambio hay una realidad que nadie parece percibir, vivo en un estado adormecido, de letargo emocional e intelectual, como sumergido en agua, como cuando bajo el agua los sonidos son distorsionados, las imágenes borrosas y se percibe el mundo con menos brillo. Vivo como en un mundo dentro de mi cabeza y todo lo demás es una nube gris, a veces siento que no soy yo quien hace o dice las cosas, siento que soy un espectador de las cosas que me pasan y alguien más mueve mi cuerpo, mueve mis labios por mí. A menudo hay días enteros que no puedo recordar, no sé lo que hice ni en donde estuve. Al mismo tiempo siento que no tengo nada de que preocuparme si no soy yo quien hace ni decide nada, sólo me dejo llevar, sólo dejo que a través de mí fluya esta presencia que todo lo resuelve. Sé que abrí esa puerta y recibí mi regalo. Sé que me fue revelada la verdad pero soy muy limitado para comprenderla. Sé que ahora le pertenezco a él.