Un pequeño cuento que escribí:
18 y 19 de enero de 2012
Un grito desgarrador en medio de la noche, el temor inmediato ante un agudo sonido que desde el inicio de los tiempos hemos sido condicionados para temer. Imagino a los hombres de la prehistoria, guarecidos en una caverna y despertando de repente en medio de la oscuridad ante un sonido igual, temiendo por sus vidas, por la presencia inminente de un depredador entre ellos. Había un depredador entre nosotros esa noche, cuando un golpe de adrenalina recorrió mi cuerpo al instante que ese horrible alarido llegó a mis oídos. Como si tuviera un resorte en la espalda brinqué de mi cama y me puse en pie, entre la oscuridad y sin pensar siquiera en encender la luz comencé a caminar a tientas, con las manos por delante para no tropezar con algo, a pesar de que conocía de memoria el pasillo del departamento que llevaba de mi habitación a la sala-comedor. Doblé a la izquierda para acercarme a la puerta y tratar de entender que pasaba. Los gritos que seguían sin cesar venían desde el pasillo pero se oían tan fuertes que hubiera jurado que venían de adentro de mi departamento. Me asomé por la mirilla para ver el pasillo desde la seguridad del interior de mi departamento, sin abrir la puerta, asustado y a la vez intrigado por ver que pasaba afuera.
Llegué a vivir a este departamento cuando tenía 25 años, lo recuerdo perfectamente porque justo el día de mi cumpleaños pasé mi primera noche aquí. No quise hacer nada especial ese día, algunos amigos trataron de convencerme de al menos ir a un bar por unas cervezas pero mi celebración de ese día yo había decidido que sería simplemente ese acto simbólico de tener mi primer departamento sólo en esa edad simbólica que es el cuarto de siglo. Cuando me vine a vivir a esta ciudad para entrar a la universidad llegué a una casa de asistencia en la que permanecí dos años. Finalmente renté un departamento amueblado con otros tres compañeros y después Francisco y yo nos cambiamos a un departamento sin amueblar. Por suerte él ya tenía refrigerador y algunos muebles, yo sólo tuve que comprar mi cama y una cajonera para guardar mi ropa. Cuando Francisco decidió regresarse a su ciudad en vez de buscar otro compañero para compartir el departamento decidí que era el momento de por fin vivir solo. Ahora parece como si no fuera gran cosa pero recuerdo que mi primer noche viviendo aquí se sintió como un gran logro, como si empezara un nuevo capítulo de mi vida. Poco sabía yo las macabras situaciones de las que en este edificio sería testigo.
No había nadie, el pasillo estaba vacío, los gritos debían venir del piso de arriba o del de abajo, pero se oían tan fuertes como si estuvieran justo detrás de mi puerta. Decidí salir a investigar que pasaba. Ya en el pasillo me di cuenta de que los gritos venían del piso de abajo. Sintiendo urgencia, como si la vida de alguien dependiera de ello, bajé las escaleras corriendo y en el pasillo de abajo encontré la fuente de los gritos, una mujer lloraba y gritaba. La vecina del 302 había salido de su departamento y llegaba casi al mismo tiempo que yo a socorrerla. Es curioso como funciona la mente porque en ese momento de urgencia y gravedad recuerdo que mi atención se centró en sus piernas, salió a prisa de su departamento, descalza y con un shortsito gris de algodón. Mi cordura me sacó de aquella fijación y me trajo de regreso a la situación actual, la vecina abrasaba a la mujer y le preguntaba que pasaba. Tardé unos momentos en darme cuanta de que la mujer era la del 303. Traía puesta una playera blanca que le quedaba grande y estaba en calzones, me sentí un poco avergonzado, como si yo no tuviera que estar ahí. Nuevamente vi a la del 302, descalza, con sus shortsitos grises y una blusita de tirantes, me pregunté si así dormía o había tenido tiempo de ponerse los shorts antes de salir. De pronto sentí otro susto, me di cuenta de que me había salido del departamento como duermo, en playera y boxer. Con terror y casi sin querer mirar volteé hacia abajo, ese día por suerte traía puesto mi único boxer con botón. Una sensación de triunfo me invadió, sentí como si años atrás ese boxer con botón hubiera llegado a mí con el único propósito de que este día en que nos encontraríamos en pijama la vecina del 302 y yo lo tuviera puesto. En fracciones de segundos se generó en mi mente la imagen de un estadio de fútbol lleno de hombres vitoreando, en medio de la cancha yo, el vitoreado. Como si el azar de mi elección de calzón de ese día tuviera mérito. La fantasía fue interrumpida por los sollozos de la mujer del 303: “no no no está muerto no”.
No la conocía, a la del 303, me la había encontrado en el elevador o en la entrada del edificio apenas unas cuantas veces. La única información de ella que había logrado adivinar es que vivía sola y un día de la nada me la encontré saliendo del edificio con una panza. No la vi jamás acompañada de ningún hombre y por lo poco que había observado nadie se había ido a vivir con ella, así que era seguro asumir que había quedado embarazada por accidente y había planeado tener al niño. Una vez yo iba llegando al edificio y la vi que venía a media cuadra, con la panzota y cargada de bolsas del mandado; pasó por mi mente la idea de esperarla, abrirle la puerta y ofrecer ayudarla a subir las bolsas porque justo el día anterior se había descompuesto el elevador. No lo hice, me hice el que no la vi y me apresuré a entrar y subir a mi departamento. No sé por qué hice eso. ¡Muchacho pendejo! pienso ahora. Un día al bajar el elevador se detuvo en el tercer piso y cuando se abrió la puerta apareció ella con un bebé en brazos, envuelto en una frazada, su mirada era otra, brillaba y no sé como explicarlo pero sentí como si mi mamá me mirara, tenía la mirada de una madre, me sonrió, le regresé un intento de sonrisa. Verla alegre me conmovió, quien sabe por qué había tenido que pasar sola pero ahora era feliz con su bebé. Quería decirle algo pero no supe que decir, nunca se bien que decir en esas situaciones, ¿felicidades?, ¿que bonito bebé?, ¿cuánto tiene?. Ambos permanecimos en silencio hasta salir del elevador.
“¡Está muerto, está muerto! ¡¿Qué le pasó?!” Gritaba desconsolada. Una señora del piso de abajo subía las escaleras y se acercaba a ver que pasaba. La puerta del 304 estaba entreabierta y un señor canoso asomaba la cabeza extrañado. La vecina del 302 abrazaba a la mujer y le preguntaba si algo le había pasado a su bebé. La puerta del 303 estaba abierta de par en par y detrás se adivinaba una oscuridad total, algo me llevó al interior como un imán, no soy valiente pero estaba como en un trance, temiendo por la vida del bebé, convencido de que en el interior del departamento 303, entre la oscuridad había una amenaza inminente. Una vez en el interior me detuve y sentí miedo, no sabía que iba a encontrar pero la idea de que el bebé que hace unas semanas había visto en brazos de la mujer estuviera en peligro superó mi miedo, me sentí de pronto más alto y grande de alguna forma y avancé hacia el pasillo que daba a los cuartos. Este departamento estaba enfrente de donde estaba el mío pero un piso abajo, así que la distribución era la misma pero al revés, como un espejo. De la habitación principal salía luz pero el pasillo y el resto del departamento estaban en penumbras, avancé con precaución cuando sentí una presencia detrás de mí, al voltear encontré a la vecina del 302 que seguramente había dejado a la mujer con la señora que acababa de subir del piso de abajo y entró al departamento detrás de mí. Encendió la luz del pasillo y me sentí tonto porque no se me había ocurrido hacerlo a mí. Ambos avanzamos hasta la entrada de la habitación principal y en ella, al lado de la cama vimos una cuna. Lentamente avanzamos mientras nos alcanzaban los gritos de la mujer nuevamente, que seguía en el pasillo lamentándose entre llantos y palabras articuladas a medias. Cuando la del 302 vio el interior de la cuna soltó un pequeño grito y se volteó inmediatamente, apretando su cabeza contra mi pecho como si además de alejar la mirada buscara mi protección. Yo la abracé. Lo que vimos esa noche nos perseguirá hasta nuestra tumba, aquello que presenciamos y las conclusiones que sacamos después sé que serán la causa de que el resto de mis días tenga el sueño ligero y un miedo mayor a lo normal a la oscuridad. Lo que debería ser el cuerpo de un bebé no era más que un bulto inerte, casi irreconocible. No parecía un cadáver, parecía una momia. Era como si algo hubiera succionado todo lo que debería haber en el interior de su cuerpo, dejando la piel pegada contra los huesos, acartonada y reseca. Parecía como si no hubiera músculos ni otras cosas dentro de ese cuerpo, sólo el pequeño esqueleto cuya forma era totalmente visible a través de la piel, que parecía más un pellejo secado al sol. Incluso los ojos se habían desaparecido dentro de las cuencas donde deberían estar. Lo primero que me vino a la mente fue esa expresión que en algún lado, quizá de niño había escuchado: se lo chupó la bruja.
Nunca he escrito aquí la primera vez que vi a la vecina del 302, comencé este diario apenas unos meses después y sé que sólo he mencionado que a veces espero encontrármela en el elevador o en la entrada del edificio, saliendo o llegando con su bicicleta y su casco. La primera vez que la vi fue cuando se estaba cambiando al edificio, un par de amigas le ayudaban a subir algunas cajas y pensé que las tres se estaban mudando, en el trayecto de la entrada del edificio al elevador entretuve la idea de ofrecerles mi ayuda, quizá parecer caballeroso o algo así, pero pronto imaginé que parecería que las estaba pretendiendo y decidí ignorarlas. Hay algo en ella que siempre me atrajo, quizá que parece totalmente independiente, a pesar de que se ve joven (es quizá un poco más chica que yo) parece alguien totalmente en control. Se va en bicicleta por las mañanas a trabajar en que sé yo, aparentemente vive una vida un tanto solitaria igual que la mía. En ocasiones la he visto salir con amigos por la noche e imagino que regresará algunas horas más tarde para encontrar su departamento vacío. Quizá me proyecto en ella, quizá quiero ver en ella características mías que en realidad no están ahí, no lo sé. Ciertamente me atrae, es bajita y morena, con cabello oscuro, ojos pensativos. Pero más que atraerme físicamente es una especie de misterio que he querido descubrir. Somos los únicos dos jóvenes del edificio, que curiosamente está habitado prácticamente por puros viejos y una que otra persona avanzada en sus treintas o cuarentas… como la mujer del 303.
Esa noche no dormimos, más vecinos salieron, se llamó a la policía, unas señoras se llevaron a la madre del bebé difunto al interior de alguno de los departamentos tratando de calmarla. Los viejos merodeaban el pasillo tratando de parecer útiles sin serlo. Algunos vecinos se asomaron, indagaron que había pasado y horrorizados tras escuchar lo que vimos regresaron al interior de sus departamentos. Los policías llegaron y empezaron a hacer preguntas, ellos también lo vieron y quedaron pálidos. Llegó una ambulancia y una camioneta con más personal de la policía pero vestidos de civiles, un hombre, creo que era un ministerio público, no sé, nos hizo muchas preguntas. La investigación se conducía de forma lenta y torpe, no como se ve en las películas. Parecía además fútil, lo que sea que le haya pasado a ese bebé no parecía algo que pudiera resolver la policía. Muchas veces me pregunté si había visto bien, si no habrá sido la impresión de ver el bebé muerto lo que me hizo imaginar la horrible escena, pero ver los rostros de quienes entraban y después salían del departamento me convencía de que habían visto lo mismo que yo. Empezaba a amanecer, la luz azulada del cielo que empezaba a clarear comenzó a entrar levemente por una ventana rota del pasillo del piso 3. Quise salir por algo de aire y al pie de las escaleras de la entrada del edificio vi sentada a la vecina del 302, se había puesto una sudadera y un pantalón. Sin dudarlo, sin indecisión me senté a su lado e inmediatamente me preguntó “¿Te diste cuenta?”, “¿De qué?” le contesté. Su respuesta fue como si alguien encendiera un foco, no, un reflector en medio de la penumbra que era en esos momentos mi mente: “La del 301 nunca salió”.
Cuando empecé a vivir en este departamento noté algunas cosas raras, siempre a la misma hora un repartidor de comida de las tortas que estaban a tres cuadras hacía su entrega para el 301. A veces tengo un poco más de tiempo extra a la hora de la comida y vengo al departamento, es en esas ocasiones cuando noté que el repartidor de las tortas siempre llegaba, timbraba y le abrían sin pronunciar palabra, subía por el elevador –en ocasiones compartiéndolo conmigo– y dejaba la bolsa con la entrega al pie de la puerta del 301. Otro detalle quizá no muy relevante es que el 301 es el único departamento de ese piso sin tapete, ninguna planta o decoración afuera. La lámpara que va al lado de la puerta y que se enciende desde el interior del departamento jamás se ha visto encendida. Además del repartidor de las tortas siempre veía llegar también al repartidor de la miscelánea que está a una cuadra, de la misma manera siempre timbrando, subiendo y dejando la bolsa afuera de la puerta. En estos dos años que tengo viviendo aquí jamás he visto a nadie salir o entrar de ese departamento, ni cuando ha temblado. Desde la calle nunca se han visto abiertas las ventanas ni las oscuras cortinas que las cubren. Recuerdo que cuando tenía unos meses viendo la rutina de los repartidores llegué a pensar de juego “ahí ha de vivir un vampiro”. Fue hasta que la vecina del 302 me dijo “La del 301 nunca salió” que me enteré que ahí vivía una mujer.
Al día siguiente me sentí como un zombie, una combinación de no haber dormido casi nada ya que eran como las 3 de la mañana cuando los gritos de esa pobre mujer me despertaron; y estar constantemente absorto en mis pensamientos, repasando todo lo que había pasado hace algunas horas. El horror de lo que ocurrió, los desgarradores llantos de la mujer que no me podía sacar de la cabeza, el horror del cadáver momificado que vimos la vecina y yo. Ella, que lástima que la había conocido en tan terrible situación, bueno conocido a medias porque nunca me dijo su nombre, yo tampoco se lo pregunté ni le dije el mío. No le conté a nadie de la revista lo que me había pasado la noche anterior, me tenían escribiendo un tonto artículo sobre las 10 mejores pulquerías de la ciudad, no el tipo de proyecto para el que estudié literatura pero al menos puedo pagar la renta y tengo que comer y puedo comprarme un libro de vez en cuando. A la hora de la comida pedí algo para comer en la oficina, no quería regresar al departamento y no sabía que haría esa noche. Después de comer en la cocineta de la oficina me sentía tan cansado que casi me quedo dormido, cabeceaba y despertaba entre el miedo de que alguien entrara y me viera durmiendo en la oficina y el miedo de recordar al bebé momificado. En ese estado entre el sueño y la vigilia a veces se da una rara lucidez, una especie de claridad con la que de pronto llega un pensamiento que parece resolver todos los acertijos, en mi caso llegó el terrible pensamiento de darme cuenta de que no debía temerle al cadáver del niño, sino a quién lo dejó en ese estado. Quien sea que haya sido estuvo en el edificio, apenas un piso debajo de mi, quizá contándolos serían unos escasos 20 ó 25 metros desde donde yo dormía esa noche hasta donde alguien le succionó la vida al infante. Unos de la revista iban a ir a un bar saliendo, hubiera dado lo que fuera por acompañarlos porque no quería regresar al departamento pero no tenía dinero, al menos no podía gastarlo en eso. Hice el camino tan largo como pude, demorando mi llegada. Encontré las escaleras de la entrada del edificio más oscuras bajo la sombra de la construcción, sobre todo en este horario en el que oscurece tan temprano. El foco del pasillito que lleva al elevador y las escaleras con su tenue iluminación me daba la bienvenida al lugar donde no quería estar. Era como si todo el edificio hubiera quedado infectado para siempre de tanto dolor y horror de la noche anterior, presioné el botón para pedir el viejo elevador, tan lento, sólo quería meterme en mi departamento y volteé a las oscuras escaleras considerando subir por ahí pero la idea de pasar por el piso 3 me aterraba. De pronto, mientras veía los números que marcaban los pisos arriba de las puertas del elevador encenderse (6, 5, 4…), me asaltó otro pensamiento: ¿Y si me la encontraba?, ¿qué haría si al abrirse la puerta en el interior del elevador encontraba a la mujer del bebé que venía bajando hacia la calle? (3, 2, 1…) ¿como reaccionaría?, ¿cómo reaccionaría ella?, ¿debería saludarla con un frío buenas noches como si nada hubiera pasado, quizá solo haciendo un ademan con la cabeza?. Para mi suerte cuando se abrieron las puertas el elevador estaba solo. Estuve varias horas en mi departamento tratando de distraerme leyendo pero no podía dejar de pensar en todo lo que había pasado, una duda me atormentaba, bueno muchas. Vi el reloj y ya eran las 11, no podría conciliar el sueño y la verdad sentía un poco de miedo de apagar la luz y saberme sólo. Me puse unos pants y una sudadera, tomé las llaves y abrí la puerta para salir al pasillo. Una vez afuera vi las oscuras escaleras y me decidí a bajar, toqué tres veces a la puerta. Casi inmediatamente abrió la vecina, me vio sin sorpresa y me dijo “yo tampoco puedo dormir, pásale”. Esa noche aprendí que la vecina del 302 se llamaba Susana.
Desde que salí de la carrera no tuve ni una relación seria, si tuve algunas relaciones fugaces pero nada que valiera la pena recordar aquí. Me he concentrado tanto en “lograrlo” que apenas me he dado tiempo de socializar. Cuando empecé a trabajar en la revista pensé que estaba “a punto de lograrlo” pero la verdad todo se ha dado muy lento y escribo puras idioteces, sólo les importa tener cosas que llamen la atención de la gente más boba y la mayoría de lo que escribo ni siquiera termina en la edición impresa, sólo lo publican en la página de internet. A veces siento que estoy en un barco que se está inundando y que toda mi vida consiste en estar sacando el agua con un balde. El dinero es escaso, la vida es muy cara y mi sueños de juventud –suena ridículo decirlo cuanto tengo 27 años– parece que ya se están esfumando. Me siento solo, estoy acostumbrado a la soledad pero nunca me había sentido tan solo, a pesar de estar rodeado de personas siento que me falta una conexión. Debería conseguirme una novia, una muchacha con ojos soñadores que no quiera dinero sino sólo que le escriba.
Susana tenía su departamento decorado, a diferencia del mío que sólo eran unos muebles mal acomodados y un montón de libros por todas partes. Al parecer su día había sido muy similar al mío, tampoco había hablado con nadie de su trabajo –me contó que trabajaba en el Museo Nacional– y había retrasado al máximo su regreso al edificio. No podía dormir y estaba viendo una película. Me ofreció un mezcal, no quise, no quería tomar. Me senté en el sillón junto a ella y con absoluta confianza, como si fuéramos íntimos amigos, me puso encima la mitad de la cobija con la que se había tapado las piernas. Vimos una película que estaba empezada en el cable y cuando terminó le pregunté por lo que me había dicho el día anterior: “La del 301 nunca salió”. Hay cosas que es mejor no preguntar. Susana me contó esa noche varias situaciones extrañas que le habían ocurrido en el edificio y siempre en relación de alguna forma a la mujer que vivía en el 301. Según me contó ella también había notado lo sospechoso de ese departamento desde que había llegado al edificio, sin quererlo se había percatado de las entregas de la miscelánea, de las tortas y –esa yo no me la sabía– de un sushi que también dejaba comida al pie de la puerta de vez en cuando. Un día cuando Susana iba saliendo del edificio vio que el repartidor de la miscelánea acababa de hacer una entrega y se estaba subiendo a su bicicleta para irse. Lo detuvo y le preguntó sobre la persona del 301. Según narró el repartidor esa mujer hacía pedidos desde hace muchos años, antes de que él empezara a trabajar ahí, llamaba tres o cuatro veces a la semana haciendo distintos pedidos, a veces cosas para comer, a veces otras cosas. Siempre pedía lo más barato. Además en ocasiones le hacía pedidos especiales al dueño de cosas que no se vendían en la miscelánea pero que el repartido iba a comprarle a la señora y se las llevaba, cosas de la tlapalería, de la mercería o de la botica. El repartidor suponía que por ser clienta de tantos años le hacían estos favores. Él jamás había escuchado su voz pero el patrón decía que tenía acento de española y que se oía vieja, jamás la había visto en persona. Cuando el repartidor hacía las entregas simplemente llegaba y timbraba, sin decir palabra le abrían la puerta desde arriba y él subía y dejaba las cosas al pie de la puerta; sin que tocara ni nada le deslizaban el dinero por abajo de la puerta –como si lo estuviera esperando del otro lado de la puerta la mujer– siempre billetes, el repartidor deslizaba por la puerta el cambio y recibía siempre un billete de $20 pesos de propina. Sí le parecía extraña la clienta pero nada exagerado, le contó a Susana de un señor que a veces le abría encuerado, ese si era un caso que le daba pesadillas. Con la información obtenida del repartidor Susana decidió que tenía que saber quien era esa mujer. Decidió hacer lo más fácil, tocar la puerta y presentarse. Lo intentó en varias ocasiones a distintas horas pero nunca recibió respuesta. Quizo obtener información del señor que tres veces a la semana hace la limpieza, repara cosas y cuida las jardineras de la entrada del edificio, un hombre moreno, alto y muy hosco, casi no suelta palabra así que no logró sacarle mucho, sólo que jamás había visto a la señora, que no era su asunto quien vivía en cada departamento, que cualquier problema lo viera con el administrador. Eso le pareció una buena idea a Susana y fue a hablar con don Chuy, el administrador, un viejito frágil que tendrá fácil más de 70 años, camina lento y siempre viste con un chaleco tejido, corbata de moño y una boina. Su forma de arreglarse parece fútil para alguien que prácticamente se la pasa todo el día encerrado en su departamento. A veces lo he visto salir del edificio caminando muy despacito, me imagino que va al puesto de revistas de la avenida porque regresa con un periódico bajo el brazo. En fin, don Chuy le dijo a Susana que no tenía mucha información, sólo sabía que la que vivía en el 301 era una señora española que a nadie le hablaba ni se metía con nadie, nunca habían tenido ningún problema con ella y el mantenimiento siempre lo pagaba a tiempo porque era el propio dueño de ese departamento quien se lo pagaba cada mes directamente a don Chuy. De hecho, le dijo a Susana, era el mismo dueño del departamento donde ella vivía, el 302. Su casero resultó ser el mismo casero de la misteriosa vecina. “Pregúntele al ingeniero” le dijo don Chuy a Susana y al despedirle le preguntó por qué estaba investigando, ella le dijo que sólo por curiosidad porque quería conocer a sus vecinos y que como nunca la había visto ni sabía quién vivía ahí le había tocado varias veces para presentarse y nadie le había contestado. “Sí, pues la curiosidad mató al gato” le dijo don Chuy mientras cerraba la puerta despidiéndola y antes de terminar de cerrar le dijo que él la había visto sólo una vez cuando recién llegó al edificio, era una anciana, parecía octagenaria y con la cara fruncida, le dijo que algo tenía mal esa señora y sin dar más explicación cerró la puerta. Susana decidió que no valía la pena indagar con su casero pero se decidió a vigilar por la mirilla de la puerta siempre que pudiera ya que la puerta de su departamento justo daba frente a la del 301. Un día esperó a que el repartidor de las tortas hiciera su entrega y vigiló por la mirilla, en algún momento la anciana tendría que salir por la comida que le acababan de dejar. Esperó 15 minutos y nada, quería ir al baño así que decidió ir rápido y regresar a su labor de vigilancia, cuando regresó la bolsa ya no estaba. La siguiente oportunidad que tuvo fue cuando dejaron cosas de la miscelánea, de la misma manera que la vez anterior estuvo esperando para ver a la anciana abrir la puerta, pasaron esta vez 30 minutos y a Susana se le ocurrió algo que parecía tonto pero estaba aburrida de esperar. Se alejó de la puerta y comenzó a caminar como hacia su cuarto –como si de alguna manera la del 301 estuviera esperando que se alejara para salir por sus cosas–, después de unos cuantos pasos corrió nuevamente hacia su puerta, se asomó por la mirilla y ahí estaba, la anciana había entreabierto la puerta y asomaba el brazo, la cabeza y medio cuerpo mientras inspeccionaba la bolsa, estaba desnuda. Justo en el momento en que Susana se había vuelto a asomar por la mirilla, como si se hubiera percatado de su presencia, la anciana volteó y la miró fijamente, como a través de la puerta, con una expresión de coraje jaló la bolsa hacia adentro y cerró de golpe su puerta. No alcanzó a verla muy bien, sólo había visto su cabellera cana y enredada y apenas había distinguido un cuerpo pálido y flaco. De la cara la facción más notable era una nariz grande y aguileña. Días después de haber logrado ver a la anciana del 301 jura Susana que le pasaron cosas raras. Dos periquitos que tenía en una jaulita en el balcón un día amanecieron muertos, las plantas que tenía en su departamento se empezaron a secar, la comida que guardaba en el refrigerador se echaba a perder como si no estuviera refrigerada, cosas se perdían dentro del departamento o se cambiaban de lugar. Mientras me describía todo esto yo de forma discreta recorría con la mirada el departamento y comprobaba que habían algunas macetas vacías. También me contó que a veces padecía de migrañas o de cólicos terribles y que todo había sido a raíz de que hizo enojar a la vieja, como le decía. Se había hecho a la idea de comer siempre fuera o llegar a la casa con comida, de no tener plantas y menos mascotas por miedo a que algo les pasara. Las cosas que se cambiaban de lugar eran fenómenos poco frecuentes pero me rogaba que no pensara que estaba loca, me decía que sabía que se oía tonto pero que esa vieja algo tenía, le había echado el mal de ojo. La última historia que me contó fue la que me provocó miedo. Unas semanas después de “haberse echado a la vieja encima” comenzó a oír ruidos, unos ruidos muy bajitos que a veces la despertaban, eran como arañazos, como si alguien estuviera arañando una pared o un mueble. Al principio no les hizo mucho caso pero después de varios días de escucharlos determinó que tenía que saber de donde venían. ¿Serían del departamento de arriba? ¿quizá algo que arrastraban como una silla?, no tenía sentido, ¿por qué harían eso todos los días y tanto tiempo en las noches?. Una noche Susana se levantó de la cama y en silencio se quedó muy atenta tratando de seguir el ruido, era confuso pero logró seguirlo hasta la sala-comedor y luego hasta la puerta del departamento. Parecía que alguien estaba arañando la puerta del departamento, con miedo se asomó por la mirilla y para su sorpresa a través de la penumbra del pasillo vio la puerta de enfrente, la del 301 entreabierta y el interior del departamento totalmente a oscuras. Los arañazos cesaron, sintió miedo y regresó a su cuarto. Dice que esa noche no pudo dormir, cada que conciliaba el sueño tenía una pesadilla de un brazo pálido y flaco saliendo del 301 y estirándose de forma anormal varios metros hasta alcanzar su puerta y rasguñarla. Los arañazos pararon por algunos días y pensó que se había librado de ellos, pero días después volvieron. Me contó Susana que una noche de la misma forma se despertó en medio de la noche con los ruidos y fue hasta la puerta a hurtadillas, se detuvo antes de asomarse por la mirilla, temía ver el brazo largo de sus pesadillas, se dio valor y se asomó. Lo que vio fue a la anciana parada justo al otro lado de la puerta, como si esperara que le abrieran. El pasillo estaba muy oscuro por lo que sólo se veía como si fuera una silueta pero alcanzaba a distinguirse que estaba desnuda. Me dijo Susana que sintió un golpe de adrenalina, un instinto de pelear para defenderse, se alejó de la mirilla y le dio un fuerte golpe a la puerta, se volvió a asomar y el pasillo estaba vació y la puerta del 301 cerrada, no se explicaba como en un par de segundos la anciana había corrido hasta el interior de su departamento y alcanzado a cerrar tras de si la puerta. A partir de esa noche no hubo más arañazos, los únicos vestigios de su enemistad con la anciana que persistían unos meses después eran las migrañas y los cólicos esporádicos. Cuando terminó de contarme todo lo primero que pensé era como le iba a hacer para salir en medio de esa noche al pasillo oscuro para subir a mi piso, pasando justo enfrente del 301.
21 de enero de 2012
No he visto a Susana, espero que no sienta que compartió de más conmigo el otro día. Hoy es sábado y hay una reunión en casa de una de las editoras, no tengo muchos ánimos de salir pero tampoco me quiero quedar en el departamento. A ratos me siento estúpido por haberme asustado con lo que me contó Susana pero a la hora de dormirme cuando apago la luz siento miedo.
Volviendo a leer algunas fechas anteriores en este diario me he dado cuenta de que a veces escribo como si fuera la narración de una novela. La novela que según yo iba a escribir nunca la continué. Debería hacerme una playera que dijera “estudié literatura y todo lo que he escrito es un estúpido diario”. De hecho la idea de escribir este diario era tener un ejercicio narrativo diario pero hasta en eso no he sido constante. Hay días como ayer en que nomás no puedo escribir nada.
24 de enero de 2012
Susana acaba de estar aquí, vino a tocarme para contarme que indagó un poco con don Chuy sobre lo que pasó con la mujer del bebé muerto del 303 porque ya nadie la ha visto. Aparentemente se está quedando con su hermana, de hecho dijo don Chuy que la hermana vino a recoger algunas cosas al departamento la semana pasada. Otro dato de interés es que alguien del ministerio público había venido al edificio ayer para buscar a la anciana del 301 ya que fue a la única vecina de ese piso con la que no pudieron hablar la noche horrible del bebé muerto. No pudieron encontrarla y don Chuy les dio los datos del casero para que vieran si él tenía forma de localizarla. Como estúpido que soy cuando me estaba despidiendo de Susana le dije que mañana había 2×1 en el cine, que iba a ver una película y que si quería venir conmigo. Me dijo que no podía, se despidió y se fue. Que idiota soy, me apresuré en invitarla a salir.
27 de enero de 2012
Estoy escribiendo esto el sábado pero pasó ayer, alrededor de las 12 de la noche tocaron en mi departamento y era Susana, estaba llorando. La invité a pasar y se disculpó pero me dijo que no tenía con quien más hablar ya que yo era el único a quien le había contado de sus encuentros con la vieja. Había tenido la pesadilla del brazo largo saliendo del 301 otra vez y ahora el brazo entraba hasta su cuarto y la ahorcaba, se despertó muy asustada y subió corriendo a mi departamento, no quería estar sola. Traté de calmarla diciéndole que sólo había sido una pesadilla. Era una noche muy fría y este edificio siempre está helado, saqué una cobija del clóset y se la ofrecí para que se cubriera, traía una playera y unos pantalones de pijama, estaba descalza. Se envolvió en la cobija y se sentó en el sillón, le pregunté si quería algo de tomar y negó con la cabeza, “¿un chocolate caliente?” pregunté y asintió con la cabeza dejando ver una leve sonrisa. Yo interpreté que le había dado cierta ternura que yo estuviera tratando de ofrecerle algo caliente para el frío además de la cobija. Nos tomamos el chocolate sentados en el sillón, como no tengo tele me disculpé y le dije que podíamos ver algo en mi lap top, no quiso, pasamos un rato platicando y terminamos envueltos ambos en la cobija, ella me la ofreció porque se dio cuenta de que tenía frío. No sé a que hora nos quedamos dormidos, me desperté cuando sentí que se paró del sillón, estaba amaneciendo, le pregunté que si la acompañaba a su departamento y me dijo que no, que estaba bien. Me puse de pie y caminé unos pasos detrás de ella mientras se dirigía a la puerta, la abrió y se despidió moviendo la mano, algo pensó en ese momento que regresó y me dio un beso en la mejilla y se fue. Creo que me puedo enamorar de ella.
2 de febrero de 2012
El casero de Susana no había logrado localizar a su inquilina del 301 y hoy iba a venir a buscarla, me contó ella. Ayer que fuimos al cine no surgió para nada este tema pero hoy regresó para atormentarnos. Ayer ya no tuve ánimo de escribir pero fuimos al cine y la pasamos bien, nada romántico pero lo que importa es que pasamos un buen rato. Siento que hay una atracción evidente de parte de ambos además de que sentimos una cierta complicidad por todo lo que ha pasado. Resulta que Susana se enteró de que su casero vendría hoy porque él le habló para preguntarle qué sabía de lo que pasó en el departamento 303 y por qué las autoridades habían tratado de localizar a la inquilina del 301. Susana le dio un resumen y acordaron verse esta tarde para platicarle más detalles y para que él tratara de hablar con la anciana o si no entrar al departamento para ver que estaba pasando. Me alegró que Susana me haya invitado a esperar en su departamento al casero, me seguía manteniendo como su cómplice o aliado. Finalmente a eso de las 8 de la noche llegó el casero acompañado de don Chuy que vive en el primer piso y ha seguido de cerca todo el chisme. Los dos hombres estaban a la puerta del 301 tocando, cuando los escuchamos abrimos la puerta del departamento de Susana y simplemente nos quedamos mirándonos entre los cuatro como en complicidad. El casero era un hombre obeso y alto que respiraba con dificultad, como si cada pequeño movimiento le exigiera usar tanta energía por su tamaño que sus pulmones eran incapaces de jalar suficiente oxígeno. Después de algunos minutos de tocar, al ver que no había respuesta, el casero se sacó de la bolsa del pantalón un juego de llaves e intentó abrir la puerta. No lo logró, aparentemente la anciana del 301 había cambiando la combinación de las cerraduras. Para ese entonces Susana y yo estábamos ya en el pasillo acompañando a los dos hombres. Susana sugirió que le llamaran a un cerrajero y media hora después había un muchacho de la cerrajería abriendo las cerraduras. Cuando la puerta fue abierta el casero le pagó al muchacho y lo despidió, abrió la puerta de par en par y llamó a la anciana, como todavía esperando que estuviera en el interior. No hubo respuesta. Con la mano le hizo un ademán a don Chuy para que entrara y después, para nuestra sorpresa, nos cedió el paso a nosotros. No teníamos por qué estar ahí y mucho menos entrar pero de alguna forma habíamos sido unidos a la expedición. Pienso que quizá el casero quería tantos testigos como fuera posible de lo que fuera que encontráramos en el departamento. Al entrar lo primero que sentimos fue un olor sucio, como el de los vagabundos. No todas las lámparas del techo tenían focos y los que sí estaban puestos eran de una intensidad mínima así que la iluminación era escasa, cosa rara, como si esta anciana evitara la luz o simplemente no la necesitara. Gruesas cortinas oscuras tapaban las ventanas. El mobiliario en la sala-comedor era mínimo y presentaba bastante desgaste, ningún mueble coincidía con el resto en estilo, como si cada pieza hubiera sido comprada por separado en ventas de cochera o mercados de pulgas. No había mesa de comedor, sólo un mueble pegado a la pared, con algunos cajones y estantes con objetos varios. Había un sillón con la tela desgastada, rota en algunas partes y se veía desvencijado, no me hubiera atrevido a sentarme, se veía sucio. Algunas cajas de cartón arrumbadas en una esquina, un par de sillas que parecían de comedor, una mesa de madera rústica donde iría la mesa de centro de la sala. En varias partes había veladoras a medio derretir. Mientras el casero y don Chuy se aventuraban más hacia el interior, Susana y yo entramos a la cocina cuya puerta estaba inmediatamente entrando hacia la derecha. Parecía abandonada, sobre la estufa había un sartén y una cazuela que parecían jamás en la vida haber visto un estropajo con jabón. Encima un cucharón de madera sucio. Intrigados empezamos a abrir los cajones y estantes comprobando que estaban vacíos, si acaso alguna envoltura vacía de comida abandonada en algún rincón. No había refrigerador. En la cocina estaba una puerta de metal que conducía al cuarto de lavado, estaba totalmente vacío. Otra puerta de metal en el cuarto de lavado conducía al cuarto y baño de servicio, al abrirlo encontramos un gran montón de ropa, era mucha ropa, el montón medía por lo menos metro y medio de altura, toda la ropa sucia y aventada, una prenda sobre la otra, como si fuera basura. Olía mal, no quisimos quedarnos ahí mucho ni tocar la ropa pero por lo que pudimos ver había ropa de hombre y de mujer. “Jesús, María y José” escuchamos gritar a don Chuy, fuimos rápidamente hacia el pasillo que conducía a los cuartos y vimos que él y el casero estaban en la habitación principal, aparentemente acababan de entrar y encender la luz. La habitación estaba vacía, lo único que había era ropa de mujer en el piso, dispuesta como si una mujer estuviera acostada en el centro de la habitación. Un vestido viejo, casi de época, se veía antiguo. Medias y zapatos colocados en donde irían las piernas y los pies. El vestido era negro, de manga larga y tenía los brazos extendidos en forma de cruz. En mi imaginación aquello era como si una mujer de otros tiempos se hubiera recostado en el piso y desaparecido, dejando atrás solamente su ropa. Más extraño aún era que en donde iría la cabeza había una fotografía antigua, en blanco y negro, la cara de una mujer con los ojos cerrados, con cabello oscuro, labios muy delgados y una enorme nariz aguileña. La fotografía era grande de tal forma que la cara que aparecía en ella era más o menos del tamaño que sería una cara real, estaba maltratada y carcomida en las orillas, como si tuviera muchos años. El casero se veía asustado, era cómico ver a un hombre físicamente tan grande asustado como si fuera un pequeño ratón, sobándose las manos con nervios. Noté que el piso estaba sucio, algo empolvado al igual que el resto del departamento pero en una orilla había un espacio relativamente limpio, se dibujaba en el piso la silueta de lo que me imagino era una hilera de libros acomodados en el piso y recargados contra la pared. Si la anciana había huido parecía que se había llevado sus libros. Don Chuy avanzó hacia el clóset con determinación y abrió la puerta corrediza de golpe, como si quisiera poner algo al descubierto. Lo que encontramos fue una especie de pequeño altar, una mesita con un mantel negro, varias veladoras en las orillas rodeando una figura de piedra a cuyos pies había un pequeño plato de metal. La figura estimo que era de unos 35 o 40 centímetros de altura, un cuerpo de hombre erguido, vestido con una túnica, la cabeza de cabra, en la frente grabada una estrella de cinco picos, una de las manos levantada hacia el frente haciendo un símbolo, los dedos índice y medio cruzados. La otra mano sosteniendo otra pequeña figura, como la de un niño sentado en la mano pero con la cabeza también de cabra y la estrella de cinco picos. Esta iconografía se me hizo igual a las figuras de la virgen sosteniendo al niño Jesús. En el plato de metal al pie de la figura había unas manchas oscuras, sangre seca me imaginé, algunos dientes y muelas. El casero no quiso acercarse a ver, don Chuy parecía un tanto fascinado con el descubrimiento, Susana estaba pálida, todos permanecimos en silencio. La otra habitación estaba completamente vacía. El baño estaba igualmente vacío, la regadera parecía como si jamás se hubiera usado. No nos dimos tiempo de inspeccionar con más detalle los objetos dejados atrás por la anciana, creo que todos sentíamos una sensación de inminencia, una urgencia por salir, el temor de que la anciana de pronto regresara y nos encontrara hurgando entre sus cosas.
Los cuatro terminamos sentados en la sala de Don Chuy, nos ofreció café. No hablábamos, era una situación curiosa, como si no supiéramos que comentar de lo presenciado. Todo era demasiado raro. Don Chuy rompió el silencio diciendo “Pues voy a decir lo que nadie se atreve, es claro que en el 301 vivía una bruja”. Todos queríamos darle la razón pero al mismo tiempo el planteamiento sonaba ridículo, hablar de brujas en pleno 2012. Abierta la discusión empezamos a repasar las distintas cosas que habíamos visto y a tratar de darles lógica. Era claro que el lugar parecía inhabitable, por ejemplo no había cama, seguramente la bruja dormía en el sillón, ¿o quizá no dormía?. Sacamos la conclusión de que no cocinaba ya que siempre le llevaban comida los repartidores ¿entonces para que usaba la cazuela y sartén sucios de la cocina?. ¿De quién eran los dientes del altar?, ¿qué significaba esa ropa en el piso de la habitación?, ¿la de la foto era ella?, ¿y de quiénes era ese montón de ropa del cuarto de servicio?. “De gente que se comió la bruja” dijo Don Chuy. Teníamos más preguntas que respuestas. El casero brindó toda la información que tenía sobre la bruja y como fue que le rentó el departamento. Nos contó que hace años cuando tenía libre el departamento lo contactó por teléfono una mujer mayor, con acento español, diciendo que estaba interesada en rentarlo. Él le ofreció reunirse para mostrárselo pero ella dijo que no sería necesario. Ofreció pagarle un año de renta por adelantado así como el depósito de un mes pero dijo que no tenía aval y que el contrato debía firmarse ese mismo día así como la entrega de las llaves. El casero aceptó los términos, sólo le pidió a la bruja que se llevara una copia de una identificación oficial. Ese día se vieron en el departamento, firmaron el contrato, él le entregó las llaves y ella le entregó en efectivo el año de renta y el depósito así como la copia de su pasaporte. Del pasaporte español la única información que sabía el casero sobre la bruja es que se llamaba Carmen Mendioroz Iturri, nacida en Zugarramurdi el 3 de marzo de 1933. Anoté estos datos en mi teléfono, según yo para investigarlos pero no sé ni por donde empezar. El casero dijo que sólo esa vez vio a la bruja, vestía de negro, como enlutada –dice que pensó–, despeinada, sin maquillaje, seria y severa, sin razón específica simplemente le desagradó pero el dinero le caía muy bien. Después de eso la mujer cada año pagaba su renta por anticipado, nunca recibía llamadas de ella para quejarse de nada ni pedir ningún arreglo en el departamento, a sus ojos era una inquilina ideal. Don Chuy nos dijo que él sabía de estas cosas, que no era la primera vez en su vida en que se percataba de la presencia de una bruja, nos dijo que él era de Xalapa, Veracruz y que cuando era adolescente vivió con su familia dos años en el pueblo de Catemaco. Se le conoce a Catemaco como la ciudad de los brujos ya que está llena de curanderos y chamanes, adivinadores y santeros. Según nos contó don Chuy la mayoría son charlatanes y falsos gitanos que piden unos pesos por leerte la mano o el café, pero a él le tocó vivir en una ranchería cercana donde varias personas desaparecieron por obra de un brujo de la región. Cuando estaba empezando a relatar esto don Chuy se quedó callado, totalmente perdido, absorto en sus pensamientos como si recordara algo de enorme gravedad. Todos lo mirábamos en silencio esperando la historia. De pronto volvió en si, disculpándose y dijo que ya era muy tarde y que con mucha pena nos tenía que despedir porque se sentía cansado y necesitaba recostarse. Saliendo del departamento de don Chuy nos miramos el casero, Susana y yo con duda. Susana le preguntó al casero que pensaba hacer y él dijo que le quedaban 3 meses de contrato a la bruja, que aparentemente no regresaría pero como el año ya estaba pagado él tendría que esperar a que se venciera para volver a rentarlo.
10 de febrero de 2012
No he tenido tiempo de escribir aquí, han pasado muchas cosas. Susana y yo vamos bien, hoy vamos a salir a cenar. Estoy contento, me siento ilusionado. Creo que ya no tendré que seguir escribiendo en este diario.
20 de octubre de 2017
Acabo de encontrarme este diario en una caja, que fascinante leer lo que escribía casi a diario durante un par de años. Me gustaría retomar este hábito. La verdad lo más seguro es que no lo haga pero conservaré esto como testimonio de las cosas que viví en otra etapa de mi vida. Quizá debería revisitarlo cada tantos años y actualizar que ha pasado en mi vida. Desde que escribí las últimas páginas han pasado tantas cosas que parece como si mi vida fuera otra totalmente distinta. Susana y yo nos casamos, tenemos una niña. Hace 2 años nos vinimos a vivir a Torreón, de donde es Susana. Bueno no vivimos exactamente en Torreón sino en Gómez Palacios que está pegado. Gracias a un tío de Susana conseguí trabajo en un periódico y estoy bastante contento, a pesar de no haber tenido preparación como periodista he tenido la oportunidad de escribir algunas piezas interesantes de investigación y estoy empezando a destacar. Susana trabaja en el museo Arocena, está contenta. Mis pensamientos y forma de ver la vida han cambiando tanto que leyendo las páginas de este diario siento como si perteneciera a otra persona. Las últimas páginas que escribí coincidieron justamente con el tiempo en que conocí a Susana. También cuando pasó lo de la bruja. Después de mucho investigar y debatir Susana y yo llegamos a la conclusión de que esa anciana era en efecto una bruja y se había chupado al bebé del 303. Con el tiempo Susana dejó de padecer las migrañas y los cólicos, sentimos como si una sombra encima de nosotros se hubiera disipado. Las pesadillas del brazo saliendo del 301 siguieron ocurriéndole cada dos o tres meses y a la fecha a veces regresan. Cuando estábamos esperando a Susy los dos sentimos la imperiosa necesidad de alejarnos de la ciudad tanto como fuera posible para mantenerla a salvo. Siempre hemos tenido miedo de que la bruja nos busque, no sé por qué, nosotros realmente no le hicimos nada. Trato de alejar estos pensamientos oscuros de mi mente y con encontrar este diario han regresado. Quién sabe, quizá debería quemarlo.