Tengo años planeando este post. La primera vez que Nydia y yo visitamos la Ciudad de México fue en abril del 2011, no era en realidad la primera vez porque de niños ya habíamos visitado la ciudad, siendo Reino Aventura lo que nos causó a ambos una mayor impresión; sin embargo aquellas visitas de niños y con nuestras respectivas familias eran distantes y borrosas. Esa del 2011 fue nuestra primer visita a la ciudad como adultos y juntos. Cabe señalar aquí, por mera precisión documental, que yo había visitado la ciudad por trabajo en varias ocasiones anteriores, sin embargo sólo había visitado el área de Santa Fe –que técnicamente pertenece al Estado de México aunque es parte del área metropolitana de la ciudad– y no había tenido oportunidad de conocer realmente esta metrópoli. El resumen de aquella primera visita que hicimos fue que nos enamoramos de la ciudad. Recuerdo perfectamente la primer noche de nuestro viaje, en una habitación del Fiesta Americana Grand que se encuentra en Anzures a una cuadra de Reforma, con una impresionante vista del Castillo de Chapultepec; fue aquella la primer ocasión en que pensamos que podríamos vivir aquí. Fue sólo una idea, dicha al aire y sin seriedad pero fue también la primera vez en que recuerdo haber sentido deseo de vivir en una ciudad que no fuera mi natal Guadalajara. Aquella idea sin forma tardó 7 años en convertirse en una realidad. Hubieron más viajes a la ciudad y cada vez nos enamorábamos más de ella, en cada ocasión descubríamos cosas nuevas y nos alejábamos más de lo turístico para acercarnos más a la verdadera Ciudad de México, una mirada pasajera de la vida cotidiana, ya fuera caminando sin rumbo por sus calles o investigando lugares para visitar que eran frecuentados por los chilangos y desconocidos para los turistas.

Con cada visita que hacíamos a la ciudad empezaba a tener más forma la idea de vivir en ella, como un “sueño” más que un proyecto, de la misma forma que una pareja podría decir “cuando nos retiremos queremos irnos a vivir a tal” o “algún día queremos viajar a equis”. Ilusión y sueño pero sin un plan concreto. La historia de como llegamos a vivir aquí tiene un poco de drama. En el 2015 viví una terrible decepción profesional, me asocié con otras personas para fundar una empresa y durante aproximadamente seis meses volqué toda mi energía, creatividad e intelecto a un sólo propósito: crear y lanzar esta nueva empresa. Fui muy ingenuo, a pesar de señales tempranas ignoré que el único propósito de mis socios era generar dinero y no perseguir proyectos interesantes y trascendentes. En muchas cosas mi visión y la de ellos fueron divergiendo, desde decisiones financieras hasta el ambiente laboral y la forma de tratar a quienes yo consideraba nuestros colaboradores pero ellos consideraban nuestros “empleados”. Lo que yo había soñado como una empresa con gente altamente valiosa, con un excelente ambiente de trabajo y oportunidades de desarrollo para todos, dirigida a hacer los mejores proyectos en su tipo en el país; se estaba convirtiendo poco a poco en una fabriquita maquiladora, un medio útil solamente para hacer dinero -lo cuál me aburre hasta morir-. Fue entonces que comenzó el drama, sin entrar en muchos detalles lo que pasó fue que le vendí a mis socios mis acciones y me salí de la empresa. Como soy muy orgulloso me cuesta trabajo admitir que este desenlace fue para mi una gran decepción, ni siquiera el dinero que recibí por mis acciones -que la mayoría podría sentir como una cantidad suficiente para salir contento- me hizo sentir bien. Quedé con la sensación de que había logrado crear una marca interesante y reunir un equipo de primer nivel para al final ver como otros lo tiraban todo a la basura. En fin, el dinero con el que salí me duró algunos meses en lo que revivía el estudio creativo que tenemos Nydia y yo y que había dejado casi abandonado, pensando en como lograr a través de nuestro estudio algunas de las cosas que había querido lograr con la nueva empresa. Pasaron los meses y mi falta de entusiasmo se juntó con una racha en la que no conseguía proyectos, comenzó así un periodo de un año en el que tuve una gran escasez de trabajo y en el que no conseguí proyectos que de verdad me gustaran, estaba trabajando por dinero solamente y no por el gusto de las hacer cosas. En el 2016 una tarde estábamos Nydia y yo sentados en la banca de un parque platicando y preguntándonos qué hacer, nuestro estudio estaba en mal estado, el trabajo era escaso y los proyectos eran lo contrario de lo que queríamos hacer, nos sentíamos desmotivados y desesperados por un cambio. Parte de lo que habíamos analizado que nos estaba afectando era el mercado local, Guadalajara es un pueblo que no se ha dado cuenta de que puede ser ciudad. Ya sería tema de otro post analizar los muchos problemas del mercado en Guadalajara pero en resumen ahí no estábamos encontrando los clientes y los proyectos que queríamos. Nydia sugirió irnos a vivir a otro lado, sugirió que incluso yéndonos a vivir a un pueblo podríamos encontrar mejores clientes que en Guadalajara a lo cuál contesté algo así como “¿para que nos iríamos a un pueblo?, mejor vámonos a la Ciudad de México”. Ahí comenzó de forma oficial un periodo de dos años en los que estuvimos planeando nuestro cambio de ciudad.

Sé que dos años parece mucho tiempo para cambiarse de ciudad pero hay muchas cosas que se deben considerar. ¿Dónde vamos a vivir?, ¿cómo vamos a conseguir departamento y rentarlo?, ¿cómo vamos a conseguir clientes allá?, ¿qué nos llevaríamos?, ¿cómo nos lo llevaríamos?, ¿cuánto dinero necesitamos?, ¿qué pasa si nos arrepentimos?. En fin, el primer año de ese periodo fue nada más de mentalizarnos y el segundo fue ahora sí de planear de forma concreta. Finalmente lo que hicimos fue comenzar a hacer publicidad en Ciudad de México para empezar a captar clientes aunque fuera a distancia, de esta forma gradualmente dejamos de buscar clientes en Guadalajara y nos enfocamos a los clientes en la nueva ciudad. Decidimos cuáles de nuestros muebles y otras cosas queríamos llevarnos y qué no para venderlo. Vendimos muchos muebles, donamos muchísima ropa y regalamos otras cuantas cosas. Decidimos irnos a vivir en departamentos rentados en AirBnB durante un periodo máximo de tres meses mientras conseguíamos departamento. Escogimos qué nos llevaríamos para vivir esos 3 meses y el resto de cosas y los muebles los dejamos guardados en casas de familiares. Fue así como nos fuimos con el coche lleno de nuestras cosas a vivir esos tres meses en departamentos previamente rentados en la Roma Norte y la Juárez con dos claros objetivos: (1) conseguir clientes locales y (2) encontrar y rentar un departamento. Hoy, exactamente a tres meses de haber llegado a la ciudad, acabo de amanecer en el departamento que rentamos en la Condesa. Las cosas no podrían habernos salido mejor, en estos tres meses conseguimos clientes, encontramos un departamento en nuestra zona favorita de la ciudad, el cual cumple con todos nuestros requerimientos, ya nos trajimos los muebles y cosas de Guadalajara -alrededor de 60 cosas entre cajas y muebles- y ya estamos comprando muebles nuevos para sustituir los que vendimos antes de llegar aquí. En estos tres meses me he sentido más motivado que en los últimos tres años, amo esta ciudad, me encanta vivir aquí, este mercado es generoso y nuestro estudio por fin está tomando el rumbo que queremos.

Para amar la Ciudad de México tienes que entenderla y para entenderla la única forma es vivir aquí. Yo pensaba que la amaba y que la entendía por los múltiples viajes que habíamos hecho aquí pero ahora que es donde vivo realmente la empiezo a entender y a amar más. Esta ciudad es un monstruo que te devora, tú decides si resistirte o disfrutarlo. Recorriendo tanto de México como lo he hecho no he encontrado un lugar de contrastes tan marcados, social, cultural, climática, económica y arquitectónicamente. Puedes doblar en una esquina y terminar en un mundo totalmente distinto que donde estabas hace unos segundos. Caminando por la misma cuadra puedes encontrarte a un vagabundo perdido en la mona, a un rico paseando a su perro, escuchar a alguien hablar inglés, a otra persona hablar náhuatl, a otros hablar coreano y a otros hablar francés, mientras tratas de evitar los charcos apestosos que dejaron los pepenadores y admiras los modernos rascacielos que tapan el horizonte. Por la mañana puede estar nublado y frío, después soleado y con intenso calor para terminar en una tormenta con granizo, todo antes del medio día. Puedes despertar viendo los volcanes en el horizonte que una hora después estarán cubiertos por una espesa nube café de smog. Todos van a prisa, todos tienen algo que hacer o un lugar en el cuál estar, las calles inundadas de personas de todos los tamaños, colores y formas que existen, casi todos caminando con propósito -los que no, son personas que aprovechan un momento para contemplar la ciudad, o indigentes platicando con sus amigos imaginarios-. Las calles llenas de bicicletas, señores trajeados, extranjeras hippies, repartidores, albañiles, señoras, todos a prisa en la bicicleta, sorteando baches y charcos, cuidándose de los automovilistas que aprovechan frenéticamente cada metro de espacio libre para avanzar. Un mar de ruidos, con olas que te golpean, los claxons de los autos jamás cesan, las ambulancias y patrullas no paran, las mentadas de madre entre automovilistas, ciclistas y peatones no dan tregua. Siempre está pasando algo, siempre hay violencia, hay cultura, hay música, hay arte, hay accidentes, hay romance, hay desastres, hay alegría y hay miedo. Las bocinas de la alerta sísmica haciendo que en segundos las calles se llenen de gente, la adrenalina de un peligro inminente, la alegría de que no pasó nada, los chistes. El contraste de los enormes edificios, enormes avenidas y enormes espacios públicos contra las pequeñísimas tiendas, pequeñísimos restaurantes, bares y cafés y los pequeñísimos departamentos porque ya no hay espacio. El desfile de personajes que viajan en el metro, caras cansadas de trabajar, novios besándose, vendedores ambulantes ofreciendo toda suerte de chácharas por tan sólo diez pesos. Las calles inundadas de comida, puestos por todos lados, carritos vendiendo a granel, dulces y botanas hasta donde alcanza la vista. El perifoneo incesante en las calles, carritos vendiendo tamales oaxaqueños, camionetas vendido fruta, otras comprando cosas viejas…

Se compran,
colchones,
tambores,
refrigeradores,
estufas,
lavadoras,
microondas,
o algo de fierro viejo que venda

Se tiene en el resto del país, la provincia que ahora puedo decir entre risillas, una idea de la Ciudad de México, un temor generalizado hacia los conflictos y problemas que acompañan a toda gran ciudad: sobrepoblación, violencia, tráfico, contaminación y un alto costo de vida. Tristemente no se conoce de la ciudad su increíble diversidad cultural, su peculiar gastronomía que se puede disfrutar desde los mercados y puestos callejeros hasta los restaurantes de reconocimiento internacional que figuran en las listas de los mejores del mundo, la nutrida oferta cultural y artística que se puede disfrutar en más de doscientos museos y galerías así como en festivales, teatros, salas de cine y conciertos. No se conoce la arquitectura tan diversa que va desde los palacios coloniales, pasando por las casas y edificios afrancesados del porfiriato, llegando hasta el modernismo y continuando hacia las propuestas contemporáneas que destacan en el contexto internacional. No se conoce todo el bagaje cultural e histórico que hay detrás de cada edificio, monumento, parque, escultura y fuente. Las cicatrices de la ciudad, marcada por tantas tragedias que en vez de desfigurarla le imprimen más carácter, ciudad de gente que lucha, que sale adelante, que se levanta después de caer.

Algunos me advertían que aunque me gustara mucho esta ciudad la calidad de vida era muy pobre. Sé que sólo han pasado tres meses pero yo siento que mi calidad de vida aumentó de manera exponencial y me entusiasma la idea de pasar al menos la siguiente década descubriendo todo el tiempo nuevos rincones, nuevas curiosidades, usos y costumbres, lenguajes y laberintos que se pueden encontrar sólo en esta ciudad.