Veo la espalda desnuda de Mariela, la piel clara manchada de algunas pecas, la cabellera castaña y rizada bajando como cascada del monte. Sentada en la cama, desnuda y vulnerable, Mariela contempla el vacío, absorta en su silencio. ¿La amo? me pregunto, ¿es posible “amar” a alguien tan sólo después de unos días? Cuando hacemos el amor se desvanecen el tiempo y el espacio, me pierdo en la profundidad de su mirada vacía, dejo de ser yo, queda atrás el animal, queda atrás el acto, somos fuerza vital fundida que se extiende hacia el infinito.
Me levanto para ir al baño, quiero orinar, me pregunto si cerrar la puerta. El ridículo de las convenciones sociales, después del máximo momento de intimidad posible entre dos personas un pudor pegostioso me hace cerrar la puerta. En el baño me miro al espejo, el encuentro con mi cuerpo desnudo, pienso que han pasado los años, me sigo sintiendo aquel adolescente que se moría por ser adulto y ahora adulto descubro que la adultez es sólo un mito que uno solito tiene que ir desmontando, eres el mismo niño de adulto y serás el mismo niño de anciano; pensando que en algún momento llegarás a descubrir cómo se supone que se hace esto de vivir pero morirás sin resolver el acertijo.
Al salir del baño se escapa de mi boca la estúpida pregunta ¿en qué piensas?, suprema estatua de la idiotez humana, como si fuera posible tener aunque fuera un atisbo de los pensamientos del otro. Soy un menso. Mariela sale de su ensimismamiento, como si regresara de un viaje largo al otro lado del universo, voltea y con una sonrisa me dice en ti.
* * *
– ¿Te cae guey?
– ¿Por qué no vas a platicar con ellos mamón? Es chamba. Te digo que les gusta lo que has hecho y el momento de entrarle a ese pedo es ahorita.
– No mames guey es que neta sabes que me caga ese pedo. Una comedia romántica, no mames pinchi Temo, ese no es mi pedo.
– Mira goe, te voy a hablar al chile. Está chido que llevaste tu película a festivales y todo eso pero de aquí a que puedas venderla, que sin ser gacho la verdad está difícil, necesitas chambear. Tú quieres hacer puro proyecto artístico y así y está chido pero todos tienen que comer. Esta es una chamba que te va a conectar más, es currículum, una palomita más para armar tu IMDB. ¿A poco crees que el chivo Lubezki nació ganando oscares y la chingada?
– Ja ja, no seas mamón.
– Te digo we, aviéntate la fotografía de esta movie, es un mesesito en Valle talachándole en este proyecto y ya luego te sigues tratando de colocar tu película. Quién quita y en una de esas te ligas a alguna de las actrices, ¿sí te dije quienes van a salir no?
– Estás bien buey.
– Pos dime si quieres platicar con ellos o no, te digo que están desesperados porque el otro guey se les madrió y en dos semanas tienen programado empezar el rodaje. El pedo es ahorita, ¿les digo que les caes o qué onda?
– Ya vas.
* * *
A veces dormiteamos después de hacer el amor, yo la abrazo y siento su respiración. Despierto al sentir su sueño intranquilo, su respiración más agitada y un murmullo, ¿con qué soñará? Me gusta oler su cabello, pegar mi nariz a su cabeza y olerla. Paso mi mano sobre sus pechos y siento su sudor, me aprieto contra ella, pego más su espalda a mi pecho como si quisiera fundirnos en un abrazo eterno. ¿Con qué soñará? Todavía recuerdo lo que es ser adolescente, recuerdo haber sido un adolescente enamoradizo, soñar con algún día estar abrazado a una mujer de esta misma forma, desnudos bajo las sábanas, ella protegida entre mis brazos, el tiempo detenido. A veces me pregunto cómo llegué aquí, cuándo dejé de ser adolescente y me convertí en hombre, porque en esencia siento que soy exactamente el mismo. Una vez leí que la flecha del tiempo no existe, que el pasado y el futuro están ocurriendo exactamente al mismo tiempo, sólo los percibimos como un atrás y un adelante pero en realidad son simplemente dos caras de la misma moneda. O sea que al mismo tiempo yo estoy naciendo, estoy llorando porque mi papá me dejó en el kinder por primera vez, estoy corriendo con mis primos en el viejo campo de futbol, estoy pasándole una notita a Verónica para ver si se quiere hacer la pinta conmigo, estoy fumándome un porro en Las Islas con Rogelio, estoy cortando con Silvia porque me contaron que me puso el cuerno, estoy caminando borracho por las calles de París, estoy sentado en el excusado viendo como ido la pantalla de mi teléfono, estoy en esta cama abrazando a Mariela, estoy en algún lugar muriendo; todo esto está pasando al mismo tiempo, todo esto me está pasando y no puedo hacer nada para detenerlo, sólo experimentarlo y sentir que unas cosas fueron antes y otras después pero en realidad todas me están pasando. Se ha calmado, su respiración es más suave, ¿con qué soñará? Yo pensé que algún día –cuando fuera grande– las edades dejarían de importar, pero no, siguen siendo como cuando era niño; la segunda vez que vi a Mariela le pregunté su edad y me dijo treinta y seis, seis años mayor que yo pero la veo incluso más joven, más radiante, siempre se siente limpia y fresca como si acabara de salir de bañarse y al mismo tiempo siempre parece que tiene días sin bañarse por el cabello revuelto y la forma como siempre parece estarse abrigando con lo que traiga encima. Otra olfateada de cabello, como perro me siento, quiero ser tu perro fiel Mariela, ponme mi correa y sácame a pasear. Los rayos de luz que entraban por la ventana comienzan a extinguirse, el sol debe estarse poniendo, no importa la hora, ya dije que el tiempo es relativo. Esperen, Mariela se mueve, con los ojos cerrados voltea y me besa, tengo que irme.
* * *
A algunos nos rentaron casas y parte del crew se estaba quedando en un hotelito del centro. Mi casa estaba en la Calle de la Cruz, casi en esquina con la Calle del Artista. Un pequeño coto de tres casas al final de la empinada calle empedrada, con un arco de ladrillos como entrada y un enorme portón rojo. Adentro las tres casas estaban en hilera, todas con la vista hacia el pueblo y el lago, desde la posición elevada en el cerro se podía ver todo. Un lugar de total tranquilidad a pesar de que el mero centro del pueblo estaba a escasos cinco minutos caminando. Las casas tenían parte de la fachada de ladrillo y parte de enjarre pintado de blanco, techos de tejas con vigas de madera, esa sensación de casa campirana que los chilangos añoramos tanto cuando nos cansamos de comer smog. La primer casa, la más pegada al portón de entrada, era la más grande y tenía una pequeña terraza en el segundo piso, en ella vivía el dueño de las tres casas, Ernesto, quien rentaba las otras dos un poco más chicas –y sin terraza, ¡bu!–, y si estaba interesado también estaba pensando venderlas, me comentó. La casa en la que me quedé era la de más al fondo y la de en medio estaba desocupada. Después de darme el tour por la casa, de explicarme lo de las llaves y cómo tengo que hacerle para abrir el portón porque tiene maña, Ernesto me explicó que estaría fuera del pueblo casi todo el mes de mi estancia, tenía que ir a comer smog, pero que le hablara si necesitaba cualquier cosa –¿cualquier cosa?, Ernesto tráeme unas chelas y unos cigarros– que regresaría seguro un par de días antes de que dejara la casa y si por algo no alcanzaba a regresar para entonces mandaría a alguien de aquí mismo del pueblo para que le entregara.
Contemplé la vista desde las generosas ventanas –pinchi Ernesto por qué no le pusiste terraza a esta casa también– y me puse a desempacar. Ernesto, hombre de unos cincuenta y tantos años, educado y amable, voz grave, ojos verdes detrás de unos lentes redondos, cabellera plateada, robusto, pasó a despedirse temprano al día siguiente y lo vi salirse del coto en su camioneta. Eran las ocho y media, hasta las once tenía que verme con el crew para ir a locación a terminar de planear las escenas que filmaríamos en la tarde. Entré al baño y me quedé leyendo las noticias en mi teléfono, siempre malas noticias caray, debo dejar de ver estas cosas por las mañanas. Al salir me asusté de golpe al ver a una mujer parada junto a la cama, antes de poder hablar me dijo no te asustes soy la esposa de Ernesto y avanzó hacia mí extendiendo la mano, todavía mudo estreché su mano, confundido –¿cómo entró?, ¿por qué entró?, ¿Ernesto está casado? no me dijo nada, nunca mencionó una esposa, ¿por qué se quedó aquí la esposa si este guey se fue un mes?, ¿por qué dijo que mandaría a alguien de aquí del pueblo a que le entregue cuando me vaya?, ¿ella está casada con Ernesto? pero si se ve muy joven, pinchi Ernesto raboverde, está bien cabrón no te juzgo, bien por ti–.
–Hola, s… soy.
– Sí ya sé, bienvenido, ¿cuanto te quedas con nosotros?
– Un… un mes.
– Súper, perdón por asustarte eh, quería venir a dejar todo arreglado y ver si no se te ofrece nada.
– Ah, gracias, no me comentó nada Ernesto, vino hace como veinte minutos a despedirse.
– Mi marido nomás no pierde la cabeza porque la tiene pegada, es bien distraído, perdónalo.
Conforme seguíamos hablando y me calmaba empecé a notar su belleza –pinchi Ernesto–. Traía puesto un camisón blanco y un largo suéter abierto que se cerraba constantemente con las manos mientras hablaba. Me repitió algunas de las mismas instrucciones que me había dado Ernesto y empezó a tender la cama, al agacharse alcancé a ver uno de sus pechos a través del escote del camisón e instintivamente me volteé –mírame que recatado– pero el morbo me hizo regresar la mirada y continuar viendo –mírame que pinchi pervertido–.
– ¿Sí te dijo Ernesto que hay algunas cosas en la alacena verdad?
– Sí, muchas gracias –volteándome como que estaba viendo hacia otro lado, casi me cacha–.
– ¿Quieres un café?
– Ay no que pena, muchas gracias –¿pena?, ¿por qué pena? me caga hablar así–.
– ¿Seguro? de todos modos yo me iba a hacer uno pero si quieres te preparo también uno a ti y me cuentas que te trajo a Valle.
– Bueno sí, muchas gracias.
– Por cierto, mi nombre es Mariela.
* * *
Pinchi Ernesto guey, me caíste bien pero aquí me tienes chingándome a tu vieja. Sorry mano pero el que se fue a la villa…
Nunca quedábamos en una hora, ella simplemente me visitaba. Llegaba a la casa y se me echaba encima. Mariela era voraz, una gran amante, sabía que botones presionar, que perillas girar y que palancas moverme. El Ernesto seguro no la complace, pensé. Sentada encima de mí me tomaba la cara con ambas manos y fijaba sus ojos en los míos, no te vayas, decía, quédate aquí conmigo. Estoy aquí, estoy aquí le contestaba. No, quiero que estés aquí, ¿con quién hablas?, quédate aquí conmigo, bésame. Su cabeza apoyada en mi pecho, recostados en silencio, total paz, parece imposible que afuera de esta casa exista un mundo, que afuera exista más gente, viviendo cada quien su vida. ¿Todo esto existe o los estoy soñando?, me preguntaba de niño, me parecía imposible la idea de que existiera otra gente fuera de mí, a veces jugaba con la idea de que a lo mejor toda esa gente no existía, a lo mejor eran parte de mi imaginación, puestos ahí como relleno, figuras de cartón pretendiendo ser personas, quizá si cerraba los ojos todos dejaban de existir, quizá era dios y no lo sabía. ¿Dónde estás amor? me preguntó Mariela, aquí guapa, estoy aquí contigo. Se acercó y me besó, ah pero que beso, me desarmó, ahí mismo me hizo pedazos y me volvió a armar la desgraciada, que bárbara que forma de besar.
–Quiero que me cuentes todo de ti, quiero saberlo todo de tu vida.
– Mi vida es bien aburrida guapa, mejor cuéntame la tuya, para empezar cuéntame cuántos años tienes.
– Ja ja, ¿por qué quieres saber? treinta y seis.
* * *
Cuando era niña me encantaban los caballos, claro que todavía me gustan pero cuando era niña me encantaban, mis papás tenían un rancho al que íbamos los fines de semana y yo sólo quería vivir siempre ahí montando los caballos. Me acuerdo y me da risa pero le suplicada a mis papás que nos fuéramos a vivir para siempre al rancho. No me importaba dejar la escuela ni la clases de piano, ni a mis amigas, sólo quería irme a montar los caballos. Cuando tenía dieciséis años mis papás tuvieron que vender el rancho, fueron problemas de dinero, tuvieron que cerrar la fábrica y se quedaron un par de negocios pequeños. La crisis de ese año, ya ves. Vendieron también la casona en el Pedregal y nos fuimos a una casa más modesta en Anzures. Esa casa me gustaba, estaba sobre Descartes. Me acuerdo cuando mi primer novio iba a visitarme y nos quedábamos echando reja hasta que se metía el sol y mi mamá me gritaba que ya me metiera. Era una casa bonita, bueno a mí me gustaba, blanca con unos ladrillitos pintados de rojo, de ese estilo que había estado de moda hace unos veinte años, esa ornamentación sesentera que se ve muy funcional. Tenía un jardincito al frente y una barda blanca con reja negra, el portón de la cochera también era negro. Estaba recargada en él cuando mi novio me dio mi primer beso, abajo de un limón que estaba plantado sobre la misma banqueta. Para mis papás fue una época bien difícil, tuvieron que perder muchas cosas, vendieron de todo, lo que se reusaron a vender fue mi piano Steinway, de chica no lo entendía pero ahora me doy cuenta de que conservar ese piano fue un sacrificio, querían seguirme dando lo mejor, igual que con mi colegiatura, imagino que se privaron de mucho para mantenerme en la escuela. Es curioso como las cosas las entiendes y las aprecias hasta que ya pasaron, es como si obtuvieras la sabiduría de la vida hasta que ya no puedes usarla para nada, como si aprendieras lo que de verdad importa hasta que ya se te acabó la vida.
* * *
¿Estos momentos robados a dónde llevan? Despertar al lado de Mariela y decirle te amo, ¿a dónde lleva?, ¿cuánto nos queda? Siento que el agua me sube al cuello, cuento los días con desesperación, nos quedan dos semanas antes de que regrese Ernesto y no quiero que esto acabe. Mariela escápate conmigo, deja todo y vámonos a quién sabe dónde, vámonos corriendo sin mirar atrás, viviremos nuestra mentira, viviremos para siempre nuestro sueño robado, vámonos y vivamos para siempre juntos, podemos vivir donde sea, ¿qué nos detiene?, tengamos hijos y pongámosles nombres, hay que llevarlos a la escuela y verlos crecer, hay que verlos irse y tener sus propias vidas, tener sus propios hijos, juguemos con nuestros nietos, durmamos abrazados siempre aunque seamos un par de viejos, sintamos juntos como se nos va apagando la luz, amanezcamos un día muertos pero juntos, siempre juntos.
* * *
Saludaba al viejo al salir de la casa por la mañana, un saludo cortés, frío y distante como debe ser con los extraños. Pero cada vez más cálido, cada vez más amigable, hasta que un día nos detuvimos unos minutos a conversar.
– Buen día joven.
– Buenos días.
– Se está quedando en las casitas estas ¿verdad?
– Así es.
– Con Ernesto.
– El mismo.
– ¿Se queda mucho tiempo?
– Nomás dos semanas más ¿cómo ve?
– Ah.
– Vine por trabajo pero ya casi acabo.
– Ah. ¿No será usted de los que están grabando una película en el malecón verdad?
– ¡Adivino!
– Ah mire que bien. Películas. Sí, a mí me gustan mucho las películas. Mis favoritas son las de Joaquin Pardavé.
– Mire que bien. ¿Las de Clavillazo no le gustan?
– Sí también, también.
– Bueno lo dejo porque el deber llama.
– Que tenga buen día joven.
* * *
Su matrimonio era un tabú, nunca hablábamos de Ernesto ni de su inminente regreso. No hubo quejas ni justificaciones, ni rastros de remordimiento o de vergüenza. Creo que yo sentía más vergüenza, nunca me había enredado con una mujer casada y me sentía un pillo. Me envolvía una doble sensación, por un lado una emoción y orgullo machistas —yo ser más hombre, mi pene ser más grande, uga uga—, y por otro una cierta culpa y debo confesarlo, un poco de miedo. Para qué digo “poco” si no era poco, la verdad no sabía muy bien a qué atenerme, ¿qué pasaría cuando llegara Ernesto? Lo más lógico sería que cada quien seguiría con su vida y esto habría sido una simple aventura, un desliz, una canita al aire —de Mariela porque ella es la más grande y es la casada je je—; sin embargo en el fondo yo no quería detenerme. No nos habíamos detenido a platicarlo, como dije era un tema tabú, que ninguno de los dos habíamos abordado, así que no sabía que quería ella. A tan sólo una semana del impostergable arribo del esposo cornudo me sentía obligado a decidir qué quería hacer y hablarlo con ella. Primero lo primero, sí, sí la amaba; ya me lo había preguntado, lo había reflexionado y la verdad sí me veía viviendo con ella. Me la regresaría a la ciudad, viviríamos en mi departamento y desde luego que la dejaría decorarlo, compraríamos un piano y pasaríamos las tardes lluviosas de la capital con la vista de la colonia Juárez a nuestros pies, ella tocando la Sonata del Claro de Luna de Beethoven y yo corrigiendo frenéticamente los diálogos de mi próximo guión. Haríamos el amor todas las noches como ha sido hasta ahora, amaneceríamos siempre abrazados, adoptaríamos un perro que primero sería bien travieso el desgraciado pero luego sería un compañero fiel para los dos, haríamos el mandado en la Sumesa de la calle Londres, cuando la gente nos preguntara cómo nos conocimos nos voltearíamos a ver con una sonrisa pícara y contestaríamos que es una larga historia. Ahora la gran pregunta, ¿Mariela me amaba?, yo pensaba que sí, es ella quien empezó con los te amo, eres mi vida, mi amor me pones loca, amor en qué piensas y demás cursilerías que debo confesar seguí yo también. ¿A un acostón no le dices “te amo” no?
– Siempre tan pensativo mi amor.
– Ya me conoces guapa.
– Ven abrázame, quiero sentirte.
– ¿Me amas Mariela?
– Que pregunta amor, ¿de veras no sabes que te amo?
– Claro pero me gusta que me lo digas.
– Ay mi amor tan chiquiado, ven metete en las sábanas y ya deja de contarle a otros nuestra vida. Quiero que vuelvas a hacerme el amor.
* * *
Ernesto iba a llegar este sábado pero me acaba de llamar para avisar que llega mañana jueves. Tengo que apurarme, les dije a los de la producción que necesitaba irme por un asunto urgente, que seguro en un rato regresaba, se encabronaron, me vale madres. Me apresuro por la calle, camino rápido, casi trotando, el malecón va quedando detrás y enfrente se aproxima el centro del pueblo. Camino acelerado, con prisa y nervioso pero camino con decisión y propósito, sé lo que tengo que hacer. Voy a hablar con Mariela, seguro ella recibió la noticia momentos antes que yo, voy a decirle que se olvide de su viejito, que ahora es mía y que nos largamos; nos subimos en el coche y nos vamos a la ciudad ahorita mismo, ya después habrá tiempo de que hablemos con Ernesto, ya después habrá tiempo de dar explicaciones, ahorita siento que se me va la vida entre las manos y lo único que quiero es subir a Mariela a mi coche y pelarnos a toda velocidad, no me interesa “hacer las cosas bien”, no me interesa ser civilizado, lo único que me interesa es no perder a Mariela. Voy subiendo por la Calle de La Cruz, escasos trescientos metros y llego a la casa. Te amo le voy a decir, te amo y no puedo perderte. Ahí viene el viejo saludando desde la distancia, a ver si no me quita tiempo.
* * *
– Joven, buena tarde.
– Buenas tardes.
– ¿Ya de regreso a la casa?
– Sí, con permiso.
– Oiga, de pura casualidad ¿usted no sabrá cuando regresa Ernesto? Los cuates del dominó ya lo extrañamos.
– Justo me acaba de avisar que llega mañana.
– Ah mire que bien. Tan buena gente ese Ernesto. —El comentario como limón sobre la herida—.
– Sí, con permiso.
– Tan buena gente él y a pesar de que la vida le dio tan malas fichas. Que tragedia.
– ¿Qué? ¿Cuál?
– Lo de su esposa.
– …
– ¿No sabe?
– Q… ¿qué?
– No pues cómo va usté a saber. Mire no es por andar yo de chismoso pero total ya me preguntó. Ernesto estaba casado con una mujer muy guapa, y que se le fallece hace hará unos… quince años más-menos. Pobrecito Ernesto sufrió mucho, se le enfermó verá y pues la pobrecita no alcanzó a contarla. Muy guapa la muchacha, bueno ya no era tan muchacha pero sí estaba muy guapa. Se llamaba Mariela.
* * *
Vine a la ciudad sólo a arreglar las cosas, ya le dije a Ernesto que le voy a comprar la casa donde me estuve quedando. Todavía tengo que vender mi depa aquí, pero mientras se arregla todo esto Ernesto accedió a rentarme a muy buen precio la casa. Mañana mismo me regreso a Valle, sólo espero que Mariela me siga visitando.